La dirección tripartita de ERC (Oriol Junqueras-Marta Rovira-Pere Aragonès) obtuvo el pasado domingo el apoyo unánime de la militancia a su vía política para alcanzar la independencia. Una vía que, en su literalidad, resulta increíblemente naíf, de ahí el mérito de los aplausos cosechados. En pocas palabras, los republicanos independentistas apuestan por alcanzar la república catalana de la mano del Estado español. Según sus planes, el Gobierno de Pedro Sánchez accederá a negociar tarde o temprano el proceso de desintegración del Estado, saltándose la Constitución y abandonando a la mitad de catalanes que se oponen a la secesión.

ERC se ha instalado oficialmente en la política naíf para satisfacción de sus adversarios de Junts. Ciertamente en el partido de Puigdemont debe haber tantos planes como facciones, casi todos disparatados, desde quienes creen que alguien debería sacrificarse por la patria hasta quienes creen que una conjunción astral de la política internacional forzará a España a aceptar la secesión de Cataluña, pasando por aquellos que calculan que la confrontación verbal o las desobediencias simbólicas desgastaran al estado hasta el punto de desplomarse. Sin embargo, la posición de Junts, por volátil y peligrosa que parezca, tiene una ventaja respecto a la de ERC: no tiene fecha de caducidad, el día D siempre estará por llegar y la ilusión vivirá eternamente.

La posición de ERC, en cambio, depende de la voluntad o la necesidad de contemporización del Gobierno de Pedro Sánchez. Un día los socialistas deberán pinchar inevitablemente el globo de la versión de ERC sobre lo que significa y puede acordar la mesa de negociación. Aquel día, los republicanos deberán aceptar que la desintegración voluntaria de un Estado democrático de derecho no es una hipótesis de trabajo sólida y su ingenuidad quedará al descubierto para regocijo de Junts y la CUP, que tampoco tiene plan ni falta que le hace. Llegado a este punto, no tendrán más remedio que desplegar las velas de la imaginación y profetizar una intervención de la Unión Europea o la ONU para imponer la voluntad de la mitad de los catalanes al resto de catalanes y al conjunto del Estado español.

Eso es lo que aprobó en resumen la Conferencia Nacional de ERC. Otra cosa es lo que va a hacer ERC. O lo que está haciendo realmente: recordar a Pedro Sánchez que reside en la Moncloa gracias a sus votos y negociar acuerdos de carácter autonómico con el ejecutivo central para poder demostrar la eficacia de su táctica frente a la radicalidad de sus socios. La ventaja de ERC respecto a Junts es que Junts todavía es un misterio como partido. La correlación interna de fuerzas entre las diferentes facciones del partido de Puigdemont está por consolidar (incluso su propio papel) y los mensajes que emiten las diferentes voces coinciden solo en la desconfianza mutua.

ERC se aprovecha de este galimatías en Junts, calculando tal vez que tiene tiempo para casar la teoría naíf con la práctica pragmática de su propia posición antes de que sus socios-rivales se asienten o se rompan en pedazos. La única incógnita de peso que presenta este paréntesis para los republicanos radica en precisar cómo reaccionarán Junts y la CUP cuando en la moción de confianza de mitad de mandato el presidente de la Generalitat deba admitir que el Gobierno de PSOE-Unidas Podemos no ha presentado ningún documento en el que se recoja la inminencia de una amnistía ni la fecha de convocatoria de ningún referéndum de independencia.