Gente aglomerada al final de una empinada calle. Una familia observa desde la plaza de Lavapiés y el padre pregunta:

  • ¿Qué es eso?

  • No sé, responde el hijo. Parece una procesión. Habrá una iglesia. O un entierro. Sí, más parece un entierro.

La iglesia era el Teatro del Barrio. Y la gente eran los asistentes al manifiesto a favor del independentismo catalán. Con Tardà (ERC) llevando la voz cantante. Los asistentes no llegaban a mil personas. Llena a rebosar, pero la calle es corta y estrecha. Ni los coches quitaron de su aparcamiento para ganar espacio. De esquina a esquina, controlados ambos extremos por la policía, no caben más personas. Ciento veinticinco pasos de largo por seis pasos de ancho. No hay más. Apaguen los faroles de tanta asistencia.

Pasaban 30 minutos de mediodía del pasado domingo y el hijo que informaba al padre de lo que representaba la aglomeración de gente puede que haya dado en la diana. Era, en Madrid, el entierro del independentismo. No da más de sí. Y muchos de los asistentes tenían cara de haber viajado. Largo viaje para los de la CUP y Junts pel Sí. Otros, ya se sabe, eran la ayuda de jóvenes podemitas. El acto fue breve. No dio para más. Mucha policía para tan poca masa de asistentes. El acto se quedó en "defensa de la democracia y el derecho a decidir" cuando todos pensábamos que era un acto para reivindicar la independencia de Cataluña. Así se envuelven en celofán los actos independentistas. Se parecen bastante a otros vividos en Europa y de ingrato recuerdo.

¿Ha empezado el entierro el independentismo? Más que vender independentismo los actuantes se dedicaron a mandar reproches al Gobierno y al partido que lo sustenta. No parece la mejor forma de ganarse a los indecisos de cara al referéndum. Muchos se han hecho independentistas "por Rajoy", dixit Eduardo Reyes (JxSí). Fácil. Cuando se vaya Rajoy todos abandonarán la fiebre indepe. Demasiado fácil. Demasiada verborrea sin sentido. En vez de cantar L'Estaca del político Lluís Llach, buscarán el Carro de Escobar para incorporarse, con lentitud, a la columna democrática del manifiesto de los intelectuales contra la participación en el referéndum del 1-O. Una "estafa antidemocrática", la llaman.

Se carga de tensión el ambiente. Pueden chocar los trenes. Habrá más entierros que con el del Estatut

¿Qué Estado quiere montar la gente que se salta todas las leyes del Estado en que está? Ya estamos en la cuenta atrás. Diez días, sólo diez días para votar o no votar. Para hacer fiesta o ir de entierro. Los 712 alcaldes independentistas se han declarado en rebeldía. Se carga de tensión el ambiente. Pueden chocar los trenes. Habrá más entierros que con el del Estatut. Porque si se entierra el independentismo también se está enterrando la convivencia. Estamos en el prólogo de la violencia. Padres enfrentados, niños enfrentados. Demasiados entierros. Aunque bastantes queden para el día dos de octubre. ¡Ay, el día dos! Será el gran día. No se sabe para quién.

¿Para Puigdemont? Seguro que algo va a celebrar. ¿Para Mariano? Perdonen. Son dos cadáveres políticos. ¿Para Colau? Como juega con dos barajas seguro que lleva algún as guardado. En cada guerra siempre ha habido ganadores, ganase un bando u otro. Es lo que pretende Colau. Ganar. Estar en el tren vencedor y no asistir al entierro, salvo como invitada.

El Govern dice que sí se celebrará el referéndum. No acepta el Constitucional pero acude al Supremo. Rajoy, que no se llevará a cabo. Pero el desafío sigue. Los inspiradores siguen en sus puestos. El campo de juego es el jurídico y judicial. Los alcaldes que no declaran. Rajoy que sí está aplicando el artículo 155 o no lo está aplicando. Y Puigdemont que sí va a declarar la independencia de Cataluña, sea cual sea el resultado. Cada vez se entiende menos. Puede que haya declaración. Puede que haya entierro. Cada vez se entiende menos. Cada vez preocupa más. Es octubre. Aniversario. Companys. 1934. Si la historia se repite... todos culpables.