El algoritmo ha pasado a ser un término casi mágico que al parecer, en el mundo digital, está detrás de todo lo que recibimos o hacemos. Con este nombre endiablado, no hay sino un concepto que define un conjunto ordenado y finito de operaciones que permite hallar la respuesta o la solución a un problema. De hecho, cada uno de nosotros utiliza algoritmos en el momento que evaluamos una situación y decidimos actuar en un sentido u otro. Lo que pasa, es que este proceso que hacemos de manera no consciente, no lo racionalizamos de manera explícita, pues en caso de hacerlo ya hace tiempo que nos habríamos vuelto del todo locos. Es una forma de automatizar el pensamiento y a la vez de suplantar a los humanos en las decisiones difíciles. La utopía de construir un pensamiento mecánico se remonta al filósofo y matemático alemán Gottfried Leibniz, hacia finales del siglo XVII. Fue este precursor del idealismo alemán el primero que convirtió el pensamiento en formulaciones matemáticas. Todo conocimiento se podía expresar como un cómputo, esto convierte a este pensador en quien imaginó primero la posibilidad del mundo digital, aunque su planteamiento quedara hibernado durante tres siglos. Su idea crucial sobre la posibilidad del pensamiento mecánico y la automatización de la razón es la base de la disrupción tecnológica contemporánea. El pensamiento mecánico es justamente el planteamiento al que se acoge Alan Turing en los preámbulos de la computación.

Nuestra vida en Internet crea un doble digital para que nuestras acciones, y no sabemos exactamente cuáles, son utilizadas por algoritmos que se dedicarán a configurarnos. No hay manera de salir de nosotros mismos, o más bien del "nosotros" que ha construido el mundo digital sobre nosotros. Los algoritmos de las plataformas digitales proporcionan a los lectores, de manera inconsciente para ellos, textos e imágenes que se limitan a distraerlos y confirmar las creencias y los sesgos ya profundamente arraigados. Los algoritmos suprimen las opiniones que pudieran agitar o conmover al usuario. Construyen una mente colmena que, al final, resulta una mente incapacitada. Lo que vemos en Internet viene definido por nuestros intereses pasados. Nos conforma una burbuja, en un mundo particular "hecho a medida" que limita nuestra capacidad de percibir la realidad y poder optar entre la inmensa gama de lo posible. Resulta paradójico que la tecnología que sobre el papel amplía nuestras posibilidades y multiplica las oportunidades de acceso, en realidad reduce nuestra exposición a otras ideas, ya sea por la lógica de conformación de tribu de las redes sociales, como y muy especialmente por la personalización de la información según nuestro historial. No hay diferencias ni posibilidad de sorpresa. Restringe nuestra libertad de pensamiento en la medida que no hay ideas alternativas ni conciencia que pueda haberlas. El empobrecimiento mental resulta notorio.

Los algoritmos están transformando de manera casi absoluta el método científico y la generación de conocimiento. Ya no se trabaja con hipótesis, sino que los datos permiten establecer correlaciones de las cuales se pueden extraer los patrones. Se introducen cantidades ingentes de datos en potentes ordenadores y los algoritmos estadísticos encuentran pautas y modelos allí donde la ciencia es incapaz de hacerlo. Los humanos van dejando de jugar algún papel en el proceso de investigación. Esta mutación tan profunda en la búsqueda de explicaciones hacia la mecanización, tiene sus inconvenientes. Por un lado, en este proceso se pierde mucha calidad en la información que utilizamos. La matematización y la rapidez del proceso eliminan complejidad y profundidad en el análisis, y además se establece un determinismo mecánico sobre lo humano que puede convertirse en simplificador o problemático. Estamos tomando atajos con un sesgo cuantitativo en detrimento de lo cualitativo. Los expertos en big data hablan de la posibilidad de que los algoritmos "torturen" los datos hasta que confiesen. Los datos exageradamente exprimidos pueden acabar para decir lo que el programador quiere que digan. Al final, algunos patrones que se extraen no son más que coincidencias carentes de sentido. Que los automóviles con más siniestralidad sean los de color naranja o que el día con más accidentes de la semana sea el martes, no permite llegar a grandes conclusiones fácticas. Como tampoco que en los supermercados Walmart en Estados Unidos, los días que hay amenaza de tormenta, se dispare la venta de las galletas de fresa Pop Tart de Kellog 's.