Todo el mundo habla de la necesidad de personal cualificado y la falta de talento. De la necesidad de nuevos perfiles derivados de la digitalización pero también personas con pensamiento crítico que sean creadoras de valor. Parece que oferta laboral, oferta formativa y demanda laboral hace tiempo que no van a la par. Algunos confunden talento con recursos humanos, una cosa es buscar un perfil determinado y otra diferente valorar las capacidades diferenciales de cada persona.

Por definición el talento es un conjunto de cualidades que hacen que una persona sobrepase la media en algún campo. Es decir, los profesionales talentosos son aquellas personas que en las organizaciones tiran del carro, tienen ideas, comparten conocimiento, valores y lideran y que, en lenguaje coloquial, los llamamos mirlos o mirlas blancas.

La ley de la ciencia se ha aprobado especialmente para consolidar la carrera investigadora pública, aunque con evidentes deficiencias en lo que refiere a la aplicación del conocimiento ni la innovación.

La ley de startups ha sido aprobada, pero el Gobierno abre un periodo de consulta para concretar como se define el carácter innovador de las empresas. La ley también ha servido para aprobar algunos incentivos para atraer personal innovador de manera global a las startups, puesto que de entrada los perfiles tecnológicos van buscados. Muchos de estos perfiles son Knowmads o trabajadores del conocimiento, sin patria ni bandera más que un buen proyecto en un buen entorno en que tirar adelante.

El problema es que cualquier empresa u organización necesita mirlos blancos, sean internacionales o locales, sean tecnológicos o sabios de un oficio porque hoy en día o te reinventas o eres administración o mueres y para eso, necesitas personas que tengan ideas y las sepan ejecutar.

Oí un alto funcionario de la Administración que decía que el futuro era de las empresas resilientes. Lo de resiliente en este caso era un eufemismo que significaba que deben aguantar como sea la falta de suministros, el aumento del precio de la energía, la inflación, los tipos de interés o lo que sea que venga. Fácil de decir, difícil de hacer.

La crisis del Covid ha hecho a muchas personas reflexionar sobre el sentido de su vida y de su carrera profesional y por eso hay países anglosajones que hablan de la gran renuncia. Aquí en el mediterráneo como se cobra menos y la gente no puede renunciar, se habla de la renuncia silenciosa del trabajo, que vendría a ser, hacer lo justo e imprescindible evitando dar ninguna nueva idea ni trabajar con más compromiso que el profesional que no emocional. El caso es que algunas personas, sea por convencimiento, por circunstancias, ERTE o por vocación, se han hecho autónomos.

El autónomo en este país es una figura que todo lo puede y donde todo cabe, sin ninguna ventaja competitiva más allá de ser uno mismo y siempre susceptibles de que les aumenten la cuota sin previo aviso.

Sinceramente, más que resiliencia se necesitan mirlos blancos con ideas y proyectos que sean competitivos y nos hagan competitivos. Estaría bien que cualquier empresa sea autónomo, pyme o startup tenga las mismas facilidades para contratar talento y que empecemos a hablar de empresas impulsoras, gacelas o simplemente de empresas innovadoras con alto potencial de creación de valor y crecimiento más que resilientes.

Valdría la pena que el ministerio considere facilitar incentivos que favorezcan la captación y cuidado del talento independientemente de la forma jurídica de la empresa sino por su valor. Entendiendo que el talento hoy en día es necesario en la valorización de los oficios, los comerciantes, los profesionales de este nuevo mundo o cualquier empresa y Administración. La suma de todos es lo que hace que seamos resilientes o más bien innovadores.

PD: En la era del humanismo tecnológico, cuidado con los tóxicos, trepas, troyanos y trolls y rodearos de sinergentes que siempre suman aptitudes, conocimiento, equipo y valores.