Ya tenemos fecha para las elecciones catalanas. Bueno, al menos es lo que parece, que aquí con estos gobernantes nada es verdad ni es mentira y todo depende del color del cristal con que se mira. La jornada elegida es el 14 de febrero próximo, festividad de San Valentín y día de los enamorados. Poco se puede decir, si se tiene en cuenta el amor y cariño que se profesan ERC y JxCat o sus entrañables relaciones de pareja, aunque sea de conveniencia.
Elegir San Valentín tiene su coña, porque aquel fue un santo varón al que decapitó el emperador Claudio II porque casaba clandestinamente a los jóvenes enamorados, cuando él pensaba que mejor disponer de jóvenes solteros porque eran mejores soldados dada su falta de compromisos. Pero la fecha, tiene otras connotaciones: un día como este, allá por 1929, el gánster Al Capone se hizo con el poder del tráfico de alcohol durante la Ley Seca, cargándose la competencia de su rival, Bugs Moran, acribillando a siete miembros de su banda. Ahora que se nos ha ido Quino, puede ser buena ocasión para recordar aquello de Mafalda de que: “Lo que realmente importa es comprobar que a fin de cuentas lo mejor de la edad es estar vivos”. Aunque sea políticamente hablando. Mala cosa es dos gallos en un gallinero.
Casualidades de la vida o ironías de la historia, tanto da. Lo más curioso de estas elecciones es que se celebraran en plenos Carnavales, pues empiezan la víspera. De hecho, ya podemos pensar que arrancaron con Gabriel Rufián en el Congreso, foto en ristre de Franco y el entonces Príncipe y ahora Rey Felipe VI, comparando al Monarca con un diputado más de Vox. Empezaron campaña y Carnaval. Se atribuye al general Franco la frase de que “hay problemas que se resuelven con el tiempo y problemas que el tiempo resolverá”. Sea realidad o leyenda urbana, tan profundo pensamiento tiene su enjundia revivida ahora. Puesto que nada sabemos sobre cuándo y cómo se arreglara esto, en una malhadada época en la que, como diría también Mafalda, “lo urgente no deja tiempo para la importante”. Probablemente porque prevalece el relato por encima de cualquier tipo de gestión, mientras nos habituamos a que mueran al mes en Cataluña unas trescientas personas por el maldito virus. Cómo si se tratase de fallecidos en atentados en Oriente Medio o Afganistán que lejos quedan y poco importan. ¡Madre del Amor Hermoso, que habremos hecho para merecer esto!
Podríamos decir que cuatro meses de campaña es periodo excesivo, pero llevamos así años y sin que se vislumbre el final. Al menos en este caso estaremos en carnaval permanente y cada cual que se disfrace de lo que le venga en gana. Ojala coincidiese con el Entierro de la Sardina el 17 de febrero, pero tampoco albergo grandes esperanzas. El gran banquete de la estupidez parece no tener fin: reventar, antes que sobre. Lo fundamental es cuestionar la legitimidad del otro, incluso esté en donde esté, e ignorar que la democracia es consenso y entendimiento, máxime en tiempos como los presentes.
Los Carnavales son tiempos de permisividad y descontrol, juerga y diversión, coplas y fiestas callejeras. Por algo las prohibió Franco, cuyo sentido del divertimento dejaba tanto que desear y que humor tampoco tenía mucho o era muy negro, además de que el espíritu pagano encajaba malamente con el de la “cruzada” y resultaba bastante subversivo. Tampoco parece casar muy bien con el ánimo de los Torra o Puigdemont, por más que se atribuya a los Carnavales una antigüedad milenaria. Con los romanos se realizaban en honor a Baco, dios del vino. Siempre nos quedará la ratafía, en calidad de licor patriótico que nuble las mentes y empuje al desenfreno. Recientemente, un amigo conocedor de mi aversión por esta bebida, me envió la foto de una botella descubierta en una tienda de Vic. “L’Hostia” se llamaba el elixir que se define como “Ratafía hardcore” que “nos librará de todo mal. Amén” y se acompaña del eslogan “Ratafía o muerte”. Dada la militancia en torno al brebaje, me recuerda aquello de Fidel Castro de “¡Patria o muerte!” o lo de Chaves de “¡Patria socialista o muerte!”. Personalmente, me atrae más lo de los griegos en su guerra de liberación contra el imperio otomano: “¡Libertad o muerte!” que además sirvió de título a un magnífico libro de Nikos Kazantzakis sobre la rebelión cretense a finales del XIX.
Puestos a buscar referencias para la fecha elegida en los comicios catalanes, en estos tiempos de “memoria democrática” en que parece haber tanto tic del pasado, me sacudió la memoria El espíritu de febrero. Fue un discurso pretendidamente aperturista en las Cortes del presidente del último gobierno de Franco, Carlos Arias Navarro, aquel balbuceante anunciador de la muerte del general. Era conocido como “Carnicerito de Málaga”, por el papel represivo que desempeño cuando las tropas franquistas entraron en la ciudad. El diminutivo tiene su coña. Aquel discurso fue un 12 de febrero de 1974. Pedro Sánchez apenas tenía dos años, pero Pablo Iglesias, Pablo Casado o Gabriel Rufián apenas eran un proyecto de espermatozoide en paro u óvulo vacío. Que cosas: todos ellos han podido disfrutar de la libertad del Régimen del 78 que algunos quieren finiquitar. Quizá por aquello que proclamaba Mafalda: “Apenas uno pone los pies en la tierra, se acaba la diversión”.