Pensamiento

El tsunami turístico

15 julio, 2016 00:00

En el mundo de las empresas existe un impulso latente hacia la obtención del máximo beneficio y la oposición a todo aquello que le pueda poner freno.

Más que una crítica, la frase es una constatación. Son muy pocos los empresarios que se contienen: si alguien puede poner el precio a 20, nunca lo hará a 18, a no ser que haya una buena razón --de interés-- que lo aconseje.

Hablar de esta obviedad viene cuento del balance del primer semestre del año que hizo el miércoles el lobby español de turismo Exceltur. Pese a que sus directivos reconocieron que el país vive un auténtico tsunami de visitas antes incluso de los meses más fuertes de la temporada veraniega, inmediatamente después pasaron a restar importancia al fenómeno.

No hay que competir con Turquía, Egipto o Túnez, sino con Italia y Francia

Primero, dieron por hecho que es coyuntural, sugiriendo que cuando se pasen los efectos de los atentados de Turquía y de otros cometidos en destinos competidores la invasión se habrá acabado. Y, después, subrayaron el peso del sector en la creación de empleo, dado que en el primer semestre se ha generado un 5,7% más de puestos de trabajo que en el mismo periodo de 2015.

Si hacemos memoria, el argumentario de la provisionalidad --no será eterno, habrá aterrizaje suave-- y de la importancia del sector para la economía --para la ocupación, sobre todo-- es calcado del que los constructores y los economistas liberales utilizaban durante el último boom inmobiliario que vivió el país y que acabó como todos sabemos.

La industria turística no aprovecha estos años de vacas gordas para ganar excelencia y futuro. Observa que el gasto medio del turista ha caído un 7,4% hasta mayo --o sea, que vienen más mochileros-- y se cruza de brazos.

Volumen por el volumen, sin calidad ni valor añadido. El sector contempla el fenómeno como si no fuera con él, y por supuesto se lleva las manos a la cabeza ante el más mínimo intento administrativo de poner orden.

Si tuviéramos gobiernos fuertes y estables --en Barcelona, en Cataluña, en España--, lo que deberían hacer es ponerse de acuerdo para aplicar una reconversión profunda de la primera actividad económica del país.

Una modernización que debería pasar por mejorar la calidad, reducir la oferta y subir precios. Siempre con el concurso de los empresarios, claro. No hay que competir con Turquía, Egipto o Túnez, sino con Italia y Francia. Como pasa en el resto de los sectores industriales.