Pensamiento

El secreto de Irene Villa

17 octubre, 2014 08:39

Saber comportarse con las víctimas del terrorismo significa, en primer lugar, reconocer su condición humana, la cual les fue negada por sus verdugos y por quienes -desprovistos de decencia- miran siempre de reojo lo que dicen y hacen otros; no sea cosa que estos supuestos gurús los alineen con la derecha. Consentir este disparate supone una grave incoherencia y debilidad, como también lo es considerar a las víctimas por encima del bien y del mal, por el mero hecho de serlo, y depositarias de las últimas decisiones políticas que se deban adoptar; esto es intolerable y un efecto de la manipulación. Ser víctima no te hace infalible ni te dota de una razón superior.

Cuando aún tenía doce años, Irene sufrió la amputación de sus piernas por una bomba lapa que unos deficientes asesinos pusieron bajo el coche de su madre

He leído estos días 'Saber que se puede. Veinte años después' (Ed. Martínez Roca), libro de Irene Villa. Muchos lo ignorarán y algunos acaso hayan olvidado la fecha del 17 de octubre de 1991. Cuando aún tenía doce años, Irene sufrió la amputación de sus piernas por una bomba lapa que unos deficientes asesinos pusieron bajo el coche de su madre, quien también resultó bárbaramente amputada. Irene se sobrepuso a aquella tragedia con un coraje y una voluntad sobrecogedores y hoy es una mujer con tres licenciaturas: en Comunicación Audiovisual, Humanidades y Psicología. Y por encima de todo, de una extraordinaria calidad personal.

De este libro dice su autora que es un homenaje a la esperanza y a la resiliencia, “esa capacidad que tenemos todos de mantenernos a flote frente a las adversidades”. Déjenme señalar, queridos lectores, que la resiliencia es un concepto reciente en el sentido que dice Irene Villa. De hecho, proviene de la ingeniería, donde es una característica que mide la flexibilidad y adaptación de los materiales. Y también es un término técnico aplicado a los vegetales, así el psiquiatra Boris Cyrulnik ha recordado que “un suelo es resiliente cuando tras un incendio la flora y la fauna se recuperan, vuelven a la vida, aunque no del mismo modo que antes. Aparecen una nueva flora y una nueva fauna, a veces muy bellas pero distintas”.

Aun siéndolo, Irene rechazó sentirse víctima y estancarse con esa etiqueta. Como le observó su madre, muy poco después del bestial atentado que padecieron, debían escoger entre “vivir siempre amargadas, sufriendo, maldiciendo a quienes nos han hecho esto y encerrarnos a llorar” o “mirar hacia delante y luchar con valor y optimismo por recuperar nuestras vidas”. Ella prefirió no permitir que aquellos infrahumanos le robaran lo más preciado: su propia felicidad. Optó por desterrar toda clase de resentimiento hacia aquellos tipejos que “actúan sobre un escenario terriblemente manipulado. Y además hay quien les ayuda a alimentarlo”; otra víctima de esa misma organización de degenerados, el escritor y farmacéutico Raúl Guerra Garrido, expresó que la mejor venganza es ser feliz, a pesar de los pesares.

Irene se empeñó desde el principio en que el odio no entrara en ella, tanto da que algunos no se lo quisieran creer o que otros hiciesen chistes sobre ella, propios de mentecatos y averiados mentales. Desarrolló dignidad y decoro para que “nadie derramara una sola lágrima más por nosotras. Íbamos a dejar de dar lástima para convertirnos en un impulso para todos los que se encontraran en una situación parecida”. Sonreír es dar amor y proyectar, dentro y fuera, esperanza. A pesar de todo, nada hay comparable a la ilusión y el optimismo. No obstante ser esto, sin duda alguna, lo mejor para los propios interesados, se puede comprender que esta vía Villa no sea la más frecuentada en esas terribles circunstancias. Pero, cueste lo que cueste...