La generación histórica del PSOE se forjó en UGT y en los ateneos populares; la segunda oleada, la del clan de la tortilla de Felipe enterrada por Chaves y Griñán, se fundamentó en los bufetes y en las aulas; la tercera generación, la de Susana, es hija de la probeta; está confeccionada a base de células madre, programada genéticamente para ser la cantera del partido político y de su metodología.

Susana Díaz y su gente nunca han pisado la calle. No saben lo que es meterse un mono de trabajo; desconocen la poética del mitin sobre el estribo de un robot, en la cadena de montaje. Ellos dicen que saben ganar, pero no se reconocen todavía a sí mismos. Germinaron en el ideal de entrar sin más a las Juventudes Socialistas; son prófugos de la meritocracia profesional y duchos en el amago. Partitocráticos y endogámicos, como explica esta misma semana nuestro colega Carlos Mármol, cuando escribe que Susana es de las que no permiten la renovación y toleran mal la apertura al exterior. Mármol el director-demiurgo de Letra Global (suplemento de Crónica Global) la desentraña bien y le da dos opciones: prevalecer o derrumbarse, antes de repetir aquello tan sobado de que la alianza de la oposición en el Parlamento andaluz significa bloquear las instituciones. ¿No se da cuénta la lideresa de que frenar los pactos en la cámara, aunque fueran contra natura, es vulnerar las reglas de una democracia parlamentaria, como la nuestra? Prefiere no verlo, como Polifemo al no reconocer la astucia de Ulises en la cueva.

Nadie menta a la bicha, Vox, pero Juanma Moreno Bonilla (PP) y Juan Marín (C’s) la han aludido a diario a lo largo de la campaña andaluza. Abascal es el sujeto elíptico de la política española, revisitada por Aznar, maestro del viaje al centro pasando por la derecha dura. Después de estos comicios, Vox se ha consagrado como la alternativa nunca buscada pero siempre referida. Fue la misma Susana Díaz la que metió al partido de Santiago Abascal en la campaña; lo hizo para frenar el abordaje por la derecha, pero acabó tirando del género duro cuando necesitó un demonio para frenar el ímpetu de Teresa Rodríguez por la izquierda. Lo mejor de todo es que Bonilla, y Marín se han tirado los platos de Vox a la cabeza, no por los asuntos concernidos en la campaña, sino por el trato que cada uno le da al desafío de Cataluña. En el barrio de Santa Cruz o en el mirador de Triana (la Calle Betis), PP y C’s le dan patadas al procés en el culo de Abascal.

La Reina espera su revalida hoy mismo. Esta noche se contarán las papeletas, pero la forma de resolver la vida se verá aplazada, una vez más. Los políticos inmolan su doctrina a base de elegantes acrobacias; llevan a cuestas al ángel de la perífrasis para evitar la verdad. Utilizan el lenguaje delicuescente, una característica pésima de la posmodernidad líquida. Como buenos legisladores que serán a partir de mañana en el hemiciclo del reconvertido Hospital de las Cinco Llagas (sede del Parlamento de Andalucía), optan por lo huidizo frente a lo duradero. Susana Díaz todavía tiene a mano los códigos que estudió en la Facultad de Derecho y refresca a menudo la bibliografía de posgrado que cursó en la Fundación San Telmo, en la Casa Cuna, antiguo hospicio de la Diputación sevillana, donde se aprende el liberticidio económico-social de los de arriba.

Susana Díaz por Farruqo

Susana Díaz por Farruqo

Susana Díaz por Farruqo

Susana fue edil en el Ayuntamiento de Sevilla, durante el primer mandato de Monteseirín. Se encargó del área de recursos humanos y de la junta del distrito de Triana. Después fue diputada por Sevilla en el Congreso (2004-2008); finalmente, llegó su hora en el Gobierno regional de la Junta después de apañar a Griñán, el amigo noble al que ahora no le coge el teléfono. Se peleó con Sánchez hasta cotas abrumadoramente ridículas, con el apoyo de los Virreyes; pero aquella pelea duró lo que dura un corto invierno y se acabó de sopetón a la vuelta del periplo del secretario general en provincias, con el zurrón cargado y votos y consensos. Sánchez dio un golpe encima de la mesa y tazó una línea, como Cortés ante su mar mexicano: “Yo no soy Bambi” (ZP, un hombre al fin libre). Aquel día, el ascenso de Susana se convirtió en espejismo, en el desierto de los grandes arrumbados, donde Felipe González oficia de leyenda, con la religión del libro sobre la mesita de noche, sin arco ni flechas y sin soportar a Susana pese a los remilgos que le dedica en público.

Después de aquel último acto en Ferraz, Díaz enmudeció hasta que el país se ha encontrado con uno de sus ya clásicos ciclos electorales a destiempo para cabreo del español, una raza antes ubérrima, hoy adocenada. Susana vuelve. Luce liviana de Barba Martínez (la clínica de los retoques) y está dispuesta a repetir victoria. A sus argonautas los alimenta con incentivos morales, como lo hacía Fidel Castro en la Habana libre de la alfa-cracia (así la llamaron los economistas de la Monty Rewue, Paul Baran y Paul Sweezy), la ciudad de los viejos Alfa Romeo que le regaló Feltrinelli al comandante para su guardia de corps. Susana planea bien los objetivos antes de subirse con su tripulación en el Baunty (el barco del motín) de la política. No busca ínsulas perdidas como Marco Polo o el capitán Nemo. Ella es más bien cartógrafa como lo fueron Cook y Bouganville, antes de adentrase en Tierra Austral.

Se lleva bien con los del socialismo histórico, precisamente porque están lejos; hasta el punto de que su vía de ascenso en el PSOE ha sido gerontocracia. En su lista de adoraciones están Borbolla y Antonio Ojeda, aquel jurisconsulto que envejeció de notario, y le siguen Pepe Caballos y José Antonio Viera (por donde asoman los Ere). Hoy, Susana saldrá ganadora del empeño, pero estará todavía lejos de una investidura en la que no le vale el codo de Podemos y le teme al abrazo panda de C’s.