La Barcelona germánica suena como una sinfonía en la Casa Pérez Samanillo. Por la escalinata marmórea del Círculo Ecuestre de Balmes esquina Diagonal se accede al corazón del barroco modernista, un mundo de simulaciones que obvia con discreción el reduccionismo tosco y rural de los dirigentes indepes. Cuando media un desafío, como lo fue el lacito amarillo de Roger Torrent el día del almuerzo, los alemanes sueltan improperios, mientras que los de casa se ríen por debajo de la nariz.

¿Quién invitó al presidente del Parlament al almuerzo del pasado martes día 6 de marzo con los empresarios alemanes afincados en la Barcelona? ¿Quién tuvo la feliz idea de mezclar al presidente pasmado con la ciudad leonina de Tristán e Isolda? Quien fuera contó con el plácet del presidente del Ecuestre, Maristany Cucurella, descendiente de aquel Fèlix Maristany, generador de la Asociación Wagneriana, en los albores de la pasada centuria, junto a Isaac Albéniz, Joaquim Pena, Manuel Girona, Joan Gay, Alfonso Chopitea, Enric Granados o la inmarcesible Isabel Llorach.

 

roger torrent

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Alemania está dentro de Cataluña. En los comedores melómanos de Finestrelles, frente al Colegio Alemán, es fácil confundir el verde de Collserola con el trazo reproducido del pintor Franz Stassen colgando de las paredes. Los alemanes están locos por la música, pero no la entienden como nosotros; su matemática de la armonía choca con el instinto melódico de nuestro mar. Compartimos mucho, pero nos diferencia acaso aquella “razón del corazón” que Pascal contrapuso a la lógica. A ellos les cabrea el desgobierno de la Cataluña italianizada de hoy. Después de tantos años, tienen la sensación de que se les da gato por liebre y es absolutamente cierto. El independentismo torea cada tarde en la Ciutadella, como lo hacían Belmonte y el Gallo en Les Arenes, solo que ahora la ciudadanía hace las veces de ganadería de Miura o Vitorino. Y lo peor es que, cuando los del Círculo de Directivos de Habla Alemana amenazan con marcharse, si la política no vuelve al Estatut y a la Constitución, es que ya tienen un pie en Cuenca, por lo menos.

El Ecuestre festonea su Salón Dorado y dispone de ojos sobre la ciudad esparcidos por salas y reservados. Nació en la calle Canuda en el ochocientos, recaló en la Casa Girona de Plaza de Cataluña (done está el Corte Inglés) y afianzó su presencia societaria en el Paseo de Gracia, bajo la presidencia de Alberto Rusiñol i Prats. Su sede de entonces, inaugurada en 1926 por Alfonso XIII, tenía una piscina de patricio romano aureolada de columnatas, al estilo de los clubs tories de la Inglaterra victoriana. Aquel edificio, levantado por el arquitecto Soteras sobre los solares de las Casas Maristany y Salisachs, fue nacionalizado en el 39 y entregado al Movimiento, que lo convirtió en su sede temporal de posguerra. Lució en los años de flechas y pelayos, hasta que el Banco de Bilbao de la época lo reconvirtió en un monumento al trabajo bajo el cincel de la arquitectura fascistizante y futurista de Musolini y Marnetti.

Para entonces, el Ecuestre quiso renacer sin gloria en su actual ubicación, la Casa Pérez Samanillo, mansión de claroscuros, señoritas de Pernod, caballeros de clavel en el ojal y cenizas sobre butacones de piel raída, ornamentos que inspiraron el humor cervantino del gran Eduardo Mendoza. La institución moría lánguidamente cuando llegó su refundación de la mano de Carlos Güell de Sentmenat, para convertirlo en uno de los mejores clubes privados de Europa. Mantiene desde entonces sus puertas abiertas a la ciudad y ha jugado a la equidistancia con las tendencias políticas, hasta esta misma semana, con la celada de Maristany a Roger Torrent. El ex alcalde de Sarrià de Ter --con huella irregular en la incineradora de Compdorà y en Aguas de Girona, ¡a pesar de que los de Esquerra nunca han roto un plato!-- se ha convertido en la primera autoridad catalana por mor de sus retardatarios camaradas. Y como primera autoridad, recibió la andanada del legalismo alemán más circunspecto.

Abominando la bravuconada de Karl Jacobi en el Ecuestre, detesto el ruido del nacionalismo

Torrent mantuvo la calma. Sabe de qué va la opinión europea a cerca del procés, aunque él es de los que esperan el primer alivio de parte de Italia, siempre que Matteo Salvini, líder fachendoso de la Liga Norte (¡oh, Padania!), llegue a primer ministro. La Liga Norte, il fronte nero, puente de plata con la Francia nacional de Marine Le Pen, es la formación amiga de Artur Mas; recordemos que el expresident inhabilitado --¿exilio interior?-- ha rebibido varias veces en el Palau de la Generalitat al camisa parta Roberto Maroni, presidente de Lombardía, que en la reciente etapa electoral ha rebajado la secesión del norte a una autonomía fuerte.

La fiebre wagneriana se revitalizó entre nosotros en 2012 cuando, por segunda vez en la historia, Barcelona fue la Bayreuth meridional con los coros y la orquesta de la ciudad-escenario diseñada por el gran compositor. Este próximo verano, Plácido Domingo regresa a la ciudad bávara 18 años después en calidad de director con la Valkiria. Será la primera vez que se interprete en solitario, porque siempre se ha representado la tetralogía completa, El anillo del nibelungo, con sus cuatro partes (El oro del Rin, la Valkiria, Sigfrido y El ocaso de los dioses), un simbólico todo a nada propio de un pueblo de “almas acorazadas”, en palabras de Peter Sloterdijk (Crítica de la razón cínica).

Plácido es el Miguel Fleta --messa di voce apabullante en las décadas wagnerianas puras-- que abomina del separatismo como las buenas gentes de entonces y de ahora, defensoras de la cultura, el altar que cura las desdichas de la política. Ahora que Barcelona está más cerca del Salzburgo de Mozart que de la Bayreuth de Wagner, es un buen momento para exigir la neutralidad del arte, una materia insobornable, que no puede corromperse. No podemos saber que ocurriría con la funcionalidad del arte en la Cataluña republicana que anhelan los indepes. Abominando la bravuconada de Karl Jacobi en el Ecuestre, detesto el ruido del nacionalismo. Viendo que nos encaminamos hacia unas nuevas elecciones, propongo, a modo de antídoto, el silencio digno de Pau Casals, en contra de la caterva que nos desgobierna.