Laura Borràs salió tan digna del Parlament, el pasado día 28, que nadie le advirtió si podía utilizar el coche y el chofer de la casa. Nuestra Mariona Rebull es de armas tomar. No dimite, deja colgada a la segunda institución de Cataluña y abandona el Casino como si tal cosa; al fin y al cabo, se dice, “solo he perdido una mano de póker”. Saenz de Heredia haría una nueva versión de su Mariona en la figura de Borràs. El director de cine, autor de la cinta homónima, amén de Raza y Franco ese hombre, entre otras lindezas del celuloide, sabría sacarle partido, como buen falangista que era.

Se acabó la heroína de la Cataluña cerril haciendo uso de sus poderes y exhibiendo la bisutería barata de su trono: heredera del 3% y del Palau, y protagonista de los concursos fraudulentos en la Institució de les Lletres Catalanes (ILC), entre 2013 y 2018. En fin, negocios muy lucrativos de poca monta, al amparo de un silencio de capillitas, digno de los aprendices de benedictino, que afanaban obleas y vino de misa.  Ella, siempre digna y emperejilada, deja el Parlament por la puerta principal, sin despedirse de los ujieres. De repente, una extraña legión de hombres de negocios exconvergentes, leninistas de café (Jordi Sánchez), menestrales (Jordi Turull) o monjes de coral Sant Jordi y ratafía (Quim Torra) se ha quedado sin la presidencia de la cámara catalana. No quieren recuperar el cargo por la vía reglamentaria, aunque solo sea para fastidiar. Cuanto peor, mejor. Al fin y al cabo, se dicen, de qué sirve gobernar si no supone ningún avance hacia el objetivo de la independencia. Ahí les doy la razón: estaríais mejor en casa. 

Laura Borràs, expresidenta del Parlament, vista por Farruqo

Laura Borràs, expresidenta del Parlament, vista por Farruqo

Borràs hizo una última comparecencia institucional en el despacho de audiencias del Parlament –permitida por los demás grupos, aunque ya se había quedado sin funciones y derechos y sin coche oficial– en la que, sin mediar protocolos, llamó a los miembros de la Mesa que habían aplicado el reglamento de la cámara “jueces hipócritas” y “cómplices ejecutores” de la “guerra sucia”. Les acusó de estar “sincronizados” con la justicia; “con nombres y apellidos”.

Estaba bajo el típico brote psicótico del que creer tener todavía mando en plaza, cuando lo ha perdido. Junts afila su perfil y Esquerra aguanta el chaparrón con mariposas en el estómago, entre la incertidumbre y el regocijo. Todo el mundo piensa que el Govern de Aragonés está acabado. Pero no, porque el chollo lo es todo y aquí no hay ningún Draghi, al que le sobran ofertas fuera de la política. Joan Canadell, por ejemplo, el ex ANC protegido por la chapa de arts i oficis menguantes que le rodea estima que salir del Govern sería como renunciar a la independencia.

El día de autos, Borràs soltó alguna lagrimita, para apartarse de Mariona, corazón de hierro, solo abatida por una Orsini dirigida al Rey en la platea del Liceu. Borràs presentó su expulsión como una herida en el alma; le gusta hacer de despechada y enamorada de su gente a partes iguales (croce e delizia). Ella endurece el pómulo porque cuando un líder es desalojado disimula poniendo cara de haber ganado el premio de la semana en el tiro el blanco de su barrio.

La Cataluña imaginada se va por el desagüe; lo dice el último CEO: el 52% de los catalanes dice no a la independencia y en los sondeos, Junts baja seis puntos. La posibilidad de que el independentismo no sume la mayoría absoluta de la Cámara catalana (68 escaños), empezó mal, pero ya se consolida. Es como el eterno dúo Parigi o cara, el colofón verdiano más conocido, estrenado con un rotundo fracaso en la Fenice de Venecia, en 1853.