Fue fácil culpar a Jordi Cañas en un momento de acusaciones cruzadas, entre los pecados capitales del PP y los muy veniales de Podemos. Era fácil cargarse a cualquiera en 2014, tal como me hizo saber el abogado Manuel Silva (sin relación con el caso), exdiputado de Unió Democràtica, miembro del Consejo de Estado y socio del Bufete Miquel Roca, en respuesta a una idea que me rondaba por la cabeza como a tantos: basta con acusar sin fundamento a un cargo público para la duda lo inunde todo. Si además hay un imputación a menudo obligada por parte de un juez instructor, la presunción de inocencia desparece y en su lugar se instala el estigma de la culpabilidad (algo habrá hecho desde el momento en que está siendo investigado). El argumento llegó a convertirse en moneda corriente y a quien le tocara en suerte tendría razones para sentirse atrapado en un pesadilla de Kafka.

Cuando se lo comenté, como la huella de un destino trágico, el letrado soltó: "No hay qué hacer, han olido la sangre". Fueron las palabras de Silva, letrado del Estado y hermano de Jesús Silva, el penalista que se pone de perfil fácilmente y que se unió a Miquel Roca junto a Pau Molins. Es bien sabido que luego se desunieron, en plena crisis, cuando los despachos de Aribau (can Roca) se iban quedando vacíos y los socios afrontaban la imputación de Cristina de Borbón, movida por el empuje del juez Castro. El día que Cristina salió sin pena, muchos respiramos; yo el primero; seré rojo, pero no pinche republicano, como dicen en México; ah, le estoy muy agradecido a la Casa del Rey y al monarca emérito por los servicios prestados al país de la Transición modélica, mal que les pese a los bucaneros de salón que echan pestes del Régimen del 78 (recurso ridículo, más que retórico).

 

jordi canas farruqo

jordi canas farruqo

 

Volvamos al Cañas que vuelve. En abril de 2014, este político con futuro dejó su escaño y se apartó de la primera línea al ser imputado por su presunta implicación en una factura falsa de su etapa previa a la política, y antes de la fundación de Ciudadanos, cuando era administrador de Servei Inmobiliari SL. Ahora, esta misma semana, el TSJC le ha absuelto, tras retirar la Fiscalía y la Abogacía del Estado de Hacienda la acusación (todo es largo, lento e inoperante en nuestra justicia). Se ha hecho esperar, pero ya podemos decir que Cs recupera su aliento socialdemócrata. Pensemos en aquella asamblea naranja de Coslada, en la que Cañas dio el do de pecho con la plataforma Mejor Unidos, aunque finalmente cayera frente al credo liberal de Rivera, un converso. Fue en los momentos de aquel cruce de Cs con Joaquín Sabina, marcado por las evocaciones del genio sobre la piel del vocativo de españoles: "Ciudadanos, ni héroes ni villanos", "tan fieramente humanos" o "tan paisanos del hermano de Babel".

En estos años de silencio, Cañas ha ayudado en la sombra al portavoz de la formación en el Congreso, Juan Carlos Girauta (¿qué le dan al maje para desayunar?) y, desde el caucus europeo, ha templado al reconcomido eurodiputado Javier Nart. Digamos que la naturalidad de Cañas ha mejorado, sin demasiadas palabras y buenos gestos, la calidad genética del centro político de Albert Rivera, el baldón que derechea. En su ausencia --estar estaba, pero no en primera línea--, le ha servido de inspiración volteriana a la Madame de Staël (la joven Arrimadas) de la Cataluña racional, el país de la vuelta al sentido común.

Pensar en Cañas con cara de cabreo por su injusta imputación nos desliza hacia el reino de lo posible, lejos de la flexible Artadi, contorsionista confesa con su master demodé de Harvard bajo el brazo, ahora que esto de los minnesotos ya incomoda por cansino. Y es que los modelos econométricos que abren puertas en la alta administración del Estado, autonómico o central, no aplican por lo visto en la tasa de paro, el ahorro y la balanza de pagos. Si los del videojuego belga sientan a Elsa en el Palau, me hago fraile. ¡Qué bien os la colocó Puigdemont¡, contarán algún día por las esquinas.

En España la acusación sin fundamento es como el mus, un juego de afinidades entre la calle y las intrigas palaciegas

Manolo, el Silva bueno, habló del olor de la sangre y le faltó añadir "de los inocentes", porque en España la acusación sin fundamento es como el mus, un juego de afinidades entre la calle y las intrigas palaciegas. No hace falta irse a Juego de Tronos, una, con perdón, pelín tonta y socorrida narración de castillos héroes y reinas, peligrosamente emparentada con la inmirable mitología nórdica de El señor de los anillos. Digo solamente que nuestras miserias las cuenta mejor el discutible Diego Alatriste Tenorio, aquel soldado español de Pérez-Reverte, que combatió en Flandes y nunca transigió ante los validos que estafaban los doblones del Tesoro, como lo han hecho Rato, Blesa o Barcoj con las tarjetas de Bankia.

Pensando en el montón de veces que los abogados han de evitar verter la sangre de los inocentes que huelen los acusadores, caí en la cuenta de que los Silva, sin pertenecer necesariamente a la Brigada, son aranzadianos de mucho fuste. Como los Jiménez de Parga, los Uría, Garrigues, Brosa, etc. Y otras pocas sagas que se subdividen entre magistrados, jueces ponentes, presidentes de sala, fiscales, abogados del Estado, diplomáticos, algún notario, penalistas, civilistas y mercantilistas liderando despachos privados de altos vuelos. Se da por sabido, y no siempre es cierto, que el fondo de comercio de estas togas es como el fondo de armario de la Liga Santander. No sé cómo se fajó Jordi Cañas para librarse, ¡bravo por él!. Pero una cosa es clara: si alguien te acusa sin fundamento ya sabes que te toca pedir la venia de un jurisconsulto de los que están en el ajo. Aunque no seas culpable de corrupción, como Cañas, piensa siempre que el derecho procesal ha causado más bajas que el Código Penal.