La subvención del mal gusto con dinero público no es de recibo, especialmente después de Navidad, el advento del caganer. TV3 mantiene chapado el programa Zona Franca, una pequeña guarida de lletraferits de la interjección malsonante que montaron un buen pollo al relacionar al PSC con la esvástica de los nazis. Parece que nadie abandona la revolución indepe sin llevarse una buena colleja. Este es el caso de Joel Díaz, conductor del programa, de su camarada Magí García, guionista, y de Manel Vidal que, como es conocido, fue apartado de la tele después del incidente.

Los jefazos les dieron cuerda a estos humoristas hasta que se rompió  y entonces, Joel Díaz lo dejó o lo dejaron. El crimen cultural ha tenido su morada en Sant Joan Despí, mientras el grueso de Junts comandaba la cadena. Con el actual director, Sigfrid Gras, esto no tenía un pase, pero alargó la emisión de Zona Franca hasta que la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals (CCMA) le paró los pies. Con poner en marcha la guillotina contra Vidal y aceptar la salida del conductor Joel Díaz, la tele catalana ha cumplido. Pues no.

Dicen los malqueridos que la estética nazi es la antesala del morbo y es preciso recordar que el mismo mundo del rock and roll ha jugado muchas veces a seducir por esta vía. Pero en este caso, la esvástica no tiene nada que ver con el sarcasmo de los actores y músicos que la han utilizado como símbolo, por ejemplo, en las novelas Pulp. Y es sobradamente conocida la imagen del mítico David Bowie con un bigotito hitleriano en la portada de su lejano álbum Aladdin, que ha dado muchas vueltas al planeta entero como avatar en las redes sociales. Tampoco sería la primera vez que, en las playas de California, se dieran un buen chapuzón los nazi surfers, hijos de la inconsciencia y nietos de la condescendencia.

¿Se trata de eso? ¿Su esvástica es un caso más de pulsión autoritaria en la cultura contemporánea? Si es así, que nos lo cuenten. No nos sirve de atenuante el hecho de que un programa juguetón no acepta de entrada hacer humor blanco y apuesta por una especie de hard-shit bastante insulso. El humorista Manel Vidal, era el responsable de una sección semanal del programa que consistía en un consultorio político-satírico. En su última intervención, utilizó el political compass para situar a políticamente a personas: izquierda/derecha/ centro/extrema, etc. Y al presentar a votantes del PSC, se mostró en pantalla una esvástica gigante de color azul celeste. Bombazo. Para justificar semejante desliz, el director de TV3 aseguró que la Casa “revisa todos los guiones” con la productora, pero en este caso, era un gráfico, que no figuraba adjunto al guion y por tanto no lo vieron. Sin embargo, el propio Manel Vidal replica: mentira, “el gráfico estaba en el guion” y “el programa se hace en falso directo” (una vez visionado y con tiempo de rectificar).

El caso es que Zona Franca era una lindeza indepe de poca monta y mucha tralla: disparaba contra los partidos políticos con implantación en el Estado, como enemigos de la razón y de la estética; les daba un repaso a los cuerpos de seguridad y se metía hasta con las escuelas de negocio de las que salen directivos, a los que, los humoristas llamaban aprendices de “hijos de puta”.

Estos chicos recuerdan a las camisas pardas que trufaron el mundo de risitas, entre sardónicas, bobas y maliciosas. Así empiezan las revoluciones patéticas del nacional-populismo: colgando del mástil unos calzoncillos manchados de Puigdemont -la eternidad de un instante-, hurgando en la herida del mal gusto o revisitando la escatología infantil del “teta, caca, culo, pis”. ¿Tenían audiencia? Pues si la tenían peor, porque resulta incomprensible como en un país magnánimo con el humor, haya todavía muchos convencidos de que la risa sale de las posaderas.