Puigdemont tiene casa en Waterloo, pero no nos ha dicho todavía si tomará prestado a Toni Comín como valet de chambre. Sabe que le dirían aquello de cuidado con el servicio que es precisamente donde brota el demonio de los celos. De momento, la nueva mansión del expresident en Bélgica brilla como "la luz de una vela cuando se apaga", según el adagio de Lewis Carol, y siembra los deseos de ser contemplada "tal como era antes de que yo la viera", según el clásico argumento de Kafka. Del dinero se ocupa el bueno de Matamala y se completa con fondos que llegan de laboratorios, bebidas azucaradas y bancos de familia.

Hasta aquí todo bien; solo que chez Puigdemont está a pocos metros del primer acto de La cartuja de Parma (Stendhal), cuando el protagonista, Fabrizio del Dongo, corre como un loco en medio del polvo y la sangre en busca de un regimiento de húsares. Reconoce al mariscal Ney y pasa por el lado de Napoleón, sin verlo, justo cuando el emperador cae con honor rodeado de los suyos. Es el instante de la contrarrevolución; la puerta de entrada a la restauración borbónica, el fin del Brumario y la vuelta al calendario gregoriano. Pues bien, a partir de ahora, Puigdemont podrá revivir el momento de la derrota cada vez que cierre los ojos y la imagine delante de su ventana. Aprenderá a entender su Waterloo en Waterloo.

'Toni Comín', por Pepe Farruqo

'Toni Comín', por Pepe Farruqo

'Toni Comín', por Pepe Farruqo

Antoni Comín Oliveres, el de los mensajes de móvil que han conmovido a Europa, el artífice de la caída del aparato en el exilio, se pregunta todavía si todo ha sido un malentendido o si con sus dedos no hizo sino despojar al expresident obedeciendo al líder cuyo nombre simula ignorar. Tránsfuga del socialismo y reimplantado en ERC, Comín obedece a Junqueras en la piel de Puigdemont, que es como darle patadas al primero en el culo del segundo. Claro, la confusión reina entre los indepes. Hubo épocas en las que el desvarío nacional tenía una belleza infantil e inesperada, pero ahora, nosotros, los catalanes, hemos sido lanzados al fondo de en un torbellino desesperanzado bajo el acento falso de un propósito, la independencia, que no responde a ninguna necesidad real. El catalanismo no sobrevivirá; el anhelo cultural de tantos --colegios catalanistas en el claroscuro del tardofranquismo, lectores que levantaron el boom de la novela autóctona, defensores del bilingüismo, suscriptores de Serra d’Or, "la mejor publicación cultural de Europa, después de Cahiers du Cinéma", escribió un día Joan de Sagarra-- no superará la prueba desesperada de los sobrevenidos levantiscos que hoy dirigen el procés. Y menos con líneas de acción como las descritas en Enfocats, el documento que narra el trayecto de la insumisión. Este papel, analizado al milímetro por el juez instructor del número 13 de Barcelona, ha sido trasladado al Supremo, donde Llarena edifica la arquitectura criminal de la hoja de ruta.

Comín, exconseller de Salud, que se fue a Bruselas con Carles Puigdemont y otros miembros de su Govern tras la aplicación del 155, es el único, junto con el propio expresident, que mantiene el escaño. El diario El Economista se preguntaba el pasado viernes si es posible que necesite los 2.871 euros brutos mensuales (asignación básica) que le paga el Parlament a la vista de que en su declaración de bienes únicamente incluye el 14% de una finca rústica heredada y poco más de 3.800 euros en su cuenta corriente. Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y doctorado por la Pompeu Fabra, obtuvo una beca Schuman en el Parlamento Europeo. Toca el violín (literal y meritorio) y lo tocó especialmente bien en su etapa desastrosa al frente del Departamento de Salud. Su gestión abrazó el sistema de más palo que zanahoria heredado de Boi Ruiz, un lobbysta de la Unió Catalana d'Hospitals (UCH) , que sacó el hacha de cortar hemorragias porque "si seguimos gastando tanto, pronto tendremos una sanidad como la de Ruanda-Burundi". Manda narices. Y a partir de ahí, Comín sabrá lo que calló sin levantar las alfombras de Boi ni de Ramon Bagó. Estalló el caso Innova --aquel que destapó el malogrado Alfons Quintà, en el Diari de Girona, y denunció Rafael Ribó, síndic de Greuges-- con pistas que pasaron por Reus y contaminaron todo el sistema de Salud.

Tránsfuga del socialismo y reimplantado en ERC, Comín obedece a Junqueras en la piel de Puigdemont, que es como darle patadas al primero en el culo del segundo

A Comín, la gente no le ha perdonado cosas como que no diera cuenta a los pediatras de la red pública de la existencia de los enterovirus hasta después de la detección. Ocurrió en junio del 16, la misma semana en la que el exconseller asistió a la cena anual de la Associació Catalana d’Entitats de Salut, en la carpa del Juan Carlos I. Allí deleitó a todos al piano, porque yo lo valgo, y que se enteren de que, además de ser politólogo, pasé por el Conservatorio. Es un superviviente de la era de los recortes de Artur Mas, una etapa en la que, el expresident cercenaba el empleo del personal sanitario (lo más preciado) y paralelamente exploraba los desvíos hacia el procés con los fondos del FLA. Ahí precisamente pondrá el Supremo la carga de la prueba, a la hora de apuntalar el delito de malversación de fondos públicos.

Toni, el hijo del gran Alfonso Carlos --ingeniero, profesor de Esade, fundador de Cristianos por el Socialismo y eurocomunista--, se enteró hace muy poco del complejo momento procesal del grupo de Bruselas. Quizá entonces decidió hacer de Brutus o simplemente descuidó la bandeja de entrada de su tablet, demasiado pronto, a las puertas de Waterloo. Esta vez, los augurios de Calpurnia (¿Elsa Artadi?) tampoco han servido de nada. La conspiración como arte supremo de la política muestra, una vez más, el camino que conduce al poder.