Pensamiento

El infierno está en constelación Orión

15 julio, 2015 13:12

Tsipras: si un conductor entra en la autovía y ve que todos los coches van en la dirección contraria, no seas paranoico: quienes van en contra dirección no pueden ser los dieciocho coches (Estados) con los que te has cruzado. Si lo has hecho adrede, es que eres un conductor suicida.

En política no existen sorpresas. La política no es un lance de azar, el golpe de fortuna de la Bonoloto. La palabra sorpresa es un simple eufemismo para tapar que desconocías alguna pieza en las reglas del juego, porque cuando todas las cartas están boca arriba, no hay sorpresa que valga. La política es un sota, caballo y rey que tiene un solo principio: quedarse con la banca. La Ley Universal del interés.

En el Día del Referéndum creía que los griegos votarían que sí por simple sentido común: no entendía el suicidio colectivo. Me equivoqué, como casi toda Europa, pero la aparente sorpresa en realidad sólo demostraba que no teníamos todas las cartas boca arriba. Algo que es normal porque no somos griegos.

Tsipras pertenece a esa fauna tan abundante en la política de los mercachifles que se ganan la vida vendiendo frascos de crece pelos para los calvos…

Tsipras me recuerda al tahúr del Misisipi, que dijera Alfonso Guerra de Adolfo Suárez en los tiempos de la Transición, y también como acabó. Tiene buena oratoria y sabe hablar a los griegos con un lenguaje mítico que ha mamado desde la escuela: les habla de Sófocles, al autor de la tragedia Antígona en la que, en nombre del Honor, decía que la Ley debe adaptarse a un concepto superior: la Justicia.

Dicho así, nadie puede estar en desacuerdo, pero Tsipras pertenece a esa fauna tan abundante en la política de los mercachifles que se ganan la vida vendiendo frascos de crece pelos para los calvos… Y respecto al Honor, mi opinión no difiere de la que tenía don Benito Pérez Galdós, nada calderoniano: el honor es como la mierda que sólo sirve para abonar el campo…

La UE antes del Referéndum quería conjugar dos principios esenciales, y después también: que Tsipras no se saliera con la suya, y evitar el Grexit. El regate corto del primer ministro griego fue convocar el referéndum, que no tenía como objetivo poner en valor la Democracia, como decía con su prosodia declamada, sino protegerse con el escudo de su pueblo, metáfora de los antiguos hoplitas griegos.

Al final, como siempre ocurre, se han impuesto los intereses. Estaba cantado. Quienes sonrieron la noche del Referéndum se les ha quedado la cara helada, y a Tsipras se le han dejado como un tomate desollado. Estaba escrito en el averno, más que en el Olimpo, que Tsipras no se iba a salir con la suya para evitar el efecto contagio en el resto de economías de la Europa meridional, porque la máxima de la política en las relaciones internacionales (y también, aunque menos, en las nacionales), es la defensa de los intereses propios disfrazados de Principios, y por eso, de escarmiento, van a quitar a los griegos la piel a tiras…

Corolario. Paradójicamente, el político catalán que más me recuerda a Tsipras es uno que está en otra coordenada ideológica: Artur Mas.

El griego, igual que Mas, sabe comunicar y es capaz hasta de convencerte de que los dieciocho coches que se han cruzado en tu autovía van en dirección contraria.

Como buen vendedor de crece pelos que es, no lo cuenta así; pero en el fondo eso es lo que nos está diciendo cuando defiende que el Procés para la Independencia de Catalunya se ha de hacer escrupulosamente bien, porque en la Autovía nadie va en nuestra dirección o con sus palabras: ‘porque en Europa nadie nos espera’.

Es un conductor suicida, igual que Tsipras; y como él, de su propio pueblo. Ha invertido radicalmente las coordenadas: nos quieren subir al infierno que ha localizado en la Constelación Oriol (perdón, no sé en que estaría pensando), Orión…