En periodismo, el rumor no es ni puede ser noticia. Vaya esto por delante.

Pero algunas leyendas urbanas, por repetidas y, sobretodo, por avaladas off the record por algunos de sus directos implicados, cobran una especial significación que, en estos tiempos de despilfarro informativo, con la banda del pujolismo volando por lo aires y con el oasis catalán perdiendo aceite incontinente, vale la pena recordar.

Asalto de película

Está acreditado que hace unos 15 años, el piso situado en la sexta planta del número 5-15 de la calle Ganduxer de Barcelona, donde Jordi Pujol Ferrusola tenía y tiene la sede de sus empresas --Iniciativa Marqueting i Inversions (CIF: B60422334); Project Marketing Cat SL (CIF:B62756101); y Active Traslation SL (CIF: B81548240)-- fue objeto de un robo.

Ocurrió una noche. Alguien, que sabía lo que hacía y dónde lo hacía, entró en las oficinas y se llevó el disco duro del ordenador central situado sobre la mesa de Júnior.

Aun había ‘omertá’

Hace 15 años, lo que se ha dado en llamar la omertá catalana, funcionaba, aún, a pleno rendimiento. De tal forma que, dice la leyenda, aquel ordenador recogía, con minucioso detalle, las operaciones financieras y políticas que el primogénito del ex president, al albor del confort político de aquellos años, guardaba de forma sistemática con la despreocupación de quien se siente intocable.

Aquella era una época en la que los sicarios del pujolismo y de CDC actuaban impunes, por hacerlo bajo la protección de las mayorías parlamentarias y de ese pacto de silencio entre corruptos y corruptibles, incluida la prensa narcotizada y una justicia maniatada.

El robo causó miedo

La noticia del robo circuló a mil por hora pero casi en silencio, que es la forma como la mafia suele comunicarse entre sus miembros: cuanto más leve es el tono del mensaje, más grave es su contenido.

Dicen, dicen, dicen que alguien directamente relacionado con la seguridad e inteligencia del Estado, está detrás de ese asalto. Dicen, dicen, dicen que, desde ese momento, los archivadores más innombrables (pero, sin duda, existentes) de la inteligencia estatal guardaron aquellos datos recién obtenidos como el que guarda en una despensa víveres imperecederos por si llega (o para cuando llegue) el frío y el hambre.

Y llegó la borrasca…

Dicen, dicen, dicen que cuando la borrasca independentista se irguió y anunció su vuelo, los guardianes del Estado desempolvaron aquel archivo y  pusieron a trabajar la información.

Es una leyenda urbana, pero al menos dos miembros del actual gobierno catalán me han asegurado que eso ocurrió y que esa sospecha que ha acuñado la leyenda, puede ser cierta.

Sería grave, pero por alguna extraña razón, no resulta sorprendente.

Precedentes vergonzosos

Los intentos de fiscales como Carlos Jiménez Villarejo de introducir el bisturí de la ley en la membrana que recubría la omertá catalana siempre chocó con el impedimento de las propias estructuras estatales de gobernación. De una u otra forma impidieron que los intentos de confirmar indicios racionales de corrupción en CDC llegaran a cuajar.

Corrían los primeros años 90. Ocurrió cuando Jiménez Villarejo y un inspector jefe del CNP de Barcelona se conjuraron para investigar las actividades de Jordi Pujol Ferrusola y un buen amigo suyo, ex militante socialista. Según los indicios en poder de la policía y de la Fiscalía, en un piso de Rambla Catalunya (sobre los antiguos cines Alexandra), Pujol Ferrusola tenía una delegación comercial de su negocio de venta de contratos por maletines.

La ‘omertá’ de nuevo al servicio de CDC

Villarejo cometió el error de recurrir al entonces juez estrella Lluís Pascual Estevill para orquestar el operativo penal que sirviera para desentrañar esas sospechas. Pascual Estevill, magistrado que acabó siendo nombrado vocal del Consejo General del Poder Judicial a propuesta de CDC, y tras entrevistarse en Palau con el entonces president Pujol, cauterizó esa investigación hasta desactivarla. Con todo lujo de detalles, así me lo reconoció el propio Estevill no hace más de 10 meses.

Leyendas de realidad

La leyendas son munición de lujo para las más ambiciosas novelas. Desentrañar dónde esta la verdad y dónde la inversión en ficción produce un excitación especial  sobre todo cuando se intuye, se sospecha, se percibe íntimamente, que lo que aparece entre las líneas de la leyenda puede ser verdad.

Diuen, diuen, diuen (dicen, dicen, dicen)”, dijo el ex presidente Pujol en el Parlamento cuando, en el marco de la comisión de investigación de la corrupción, fue interpelado sobre la controvertida herencia y el supuesto dinero en Andorra de la familia. Buena parte de lo que “dicen, dicen y dicen…” está resultando ser verdad. No es una leyenda.