Pensamiento

El buen rollo independentista

9 enero, 2014 08:52

Al nacionalismo catalán –al Consejo Asesor para la Transición Nacional, en este caso- le ha dado ahora por el buen rollo independentista. Pasen y lean el reciente informe que los sabios de Artur Mas han elaborado bajo el título de Las relaciones de cooperación entre Cataluña y el Estado español. El buen rollo independentista -la cooperación entre vecinos que aquí no pasa nada, todo es normal y nos entenderemos a la perfección como amigos que somos y seguiremos siéndolo- tiene –como todo en Cataluña- su historia. ¿1714? No. Más lejos. Mucho antes. ¿Por qué no reivindicar la idea de Iberia? Eso hace el Consejo para la Transición Nacional proponiendo un Consejo Ibérico que permita que los "estados de la península: España, Portugal, Cataluña y Andorra" busquen una "fórmula de cooperación que, favoreciéndoles, reforzara la capacidad de influencia, especialmente dentro de la UE".

De momento, el buen rollo lingüístico independentista –del castellano como lengua vehicular también en la escuela, nada de nada- no va más allá de los Països Catalans

A nadie debe extrañar que el nacionalismo catalán –retromoderno como es- reivindique una idea que surge en la Edad Media y se consolida en el XIX. Si el iberismo medieval encuentra sentido en la unión dinástica, el del XIX busca socavar las bases de la monarquía de la época. ¿Dónde situar el Consejo Ibérico propuesto por el Consejo Asesor para la Transición Nacional? Por un lado, hay mucho de dinástico –la perpetuación de un poder político, económico, social, cultural y simbólico nacional catalán hereditario- en el iberismo del nacionalismo catalán de hoy. Por otro lado, hay mucho de dieciochesco y decimonónico en un proyecto que desea minar la legalidad vigente. La diferencia entre el iberismo del XIX y el del XXI: los primeros –de objetivos plurales- predican la monarquía constitucional, una Hispania a la manera de la Corona de Aragón, un Estado compuesto, unos Estados Unidos de Iberia o una Unión Ibérica federal; los segundos –los iberistas nacionalistas catalanes de hoy-, previa ruptura de la legalidad constitucional y el Estado de derecho, proponen un Consejo Ibérico para endulzar –el buen rollo independentista- el diseño y construcción de un Estado catalán dispuesto a compartir con España –evidente muestra de buen rollo independentista solidario- los "objetivos de cooperación interterritorial".

La cosa tiene su miga –sigue el buen rollo independentista, de carácter trascendente en este caso- si tenemos en cuenta que todo ello obedece –añaden con toda la buena fe que imaginarse pueda- al deseo de "establecer un nuevo marco de relaciones de cooperación estrechas y constructivas con el Estado español a partir del reconocimiento mutuo de los dos estados, en la que debería ser una futura relación leal entre iguales". La apoteosis del buen rollo, versión mundo globalizado: "En ningún caso, pues, la independencia puede entenderse como la expresión de una vocación de aislamiento o desconexión respecto del entorno político, económico y cultural al cual se pertenece, hoy más extenso que nunca". El remate (digno de incorporarse a cualquier antología del cinismo de la política): "Todo lo contrario, este proceso se orienta a permitir que Cataluña esté presente con voz y personalidad propia en la escena internacional. Por tanto, sería absurdo concebir esta independencia como una vía de ruptura con España. Primero, porque en un mundo globalizado el aislamiento es inconcebible. Pero, aún hay más, porque tal y como se puede desprender de las manifestaciones explícitas y mayoritarias de los actores públicos y privados que intervienen en el proceso, hay la voluntad explícita de fortalecer los vínculos históricos y actuales, colectivos y personales que existen entre los dos territorios". ¡País!

El buen rollo independentista del Consejo Asesor para la Transición Nacional continúa con la propuesta de un Consejo Catalano-Español –inspirado en el Benelux- encargado de "buscar las máximas sinergias de cooperación entre los dos países". Miren si hay buen rollo que se pide la creación de un 1) "Consejo de Ministros permanentes de cada país" que se "reunirían periódicamente, ocupando la presidencia de manera alternativa", de 2) una "Asamblea Interparlamentaria de carácter consultivo, con diputados de ambos parlamentos" y 3) unas "Comisiones Permanentes de Trabajo para cada una de los ámbitos de actuación que se hubiesen establecido en el Tratado, construidas paritariamente por parlamentarios de los respectivos parlamentos".

Lo malo del asunto es que todos vamos a padecer en carne propia las consecuencias del Gran Disparate gestado en Cataluña

¿Alguien puede imaginarse una expresión todavía más elevada de buen rollo después de la secesión? La cosa resulta difícil. Pero, el Consejo Asesor para la Transición Nacional supera la prueba con nota. Y no me refiero -¡cómo iba a faltar el buen rollo independentista deportivo!- a que el Barça y el Español podrán seguir participando en la Liga española de fútbol. Hay más. Apunten: no solo hay que mantener "relaciones formales" con el Instituto Cervantes –al fin y al cabo el castellano se habla en Cataluña: què hi farem!-, sino que también "habría que hacer lo mismo en el caso de otras comunidades culturales y lingüísticas presentes en Cataluña", cosa que haría "deseable que Cataluña se incorporara a la Organización Internacional de la Francofonía". Pregunta: ¿por qué no incorporarse igualmente a la Bereberefonía, Urdufonía, Chinofonía, Rusofonía, Rumanofonía y un largo etcétera para que "los derechos lingüísticos y culturales de todos los ciudadanos en toda su diversidad" sean respetados "participando activamente en los organismos de promoción de estas lenguas y culturas". De momento, el buen rollo lingüístico independentista –del castellano como lengua vehicular también en la escuela, nada de nada- no va más allá –"cooperación entre territorios de lengua y cultura catalanes"- de los Països Catalans. ¿Quizá –Valencia, Baleares y Aragón no tienen culpa del irredentismo de algunos- una -¡ay!- Gran Cataluña in mente?

Decía antes que la cosa tiene su miga. Corrijo: la cosa tiene su guasa. Cuando se habla del expolio o del robo, cuando quien cuestiona el llamado derecho a decidir es tildado –en el mejor de los casos- de antidemócrata, cuando a los defensores del bilingüismo se les manda al infierno de los genocidas de pueblos o culturas, cuando hay quien piensa en términos de invasores e invadidos, cuando en nombre de un supuesto derecho se quiere extranjerizar a una parte de la ciudadanía, cuando la deslealtad institucional es el pan nuestro de cada día, cuando eso ocurre, ¿quizá no hay guasa en expresiones como "cooperación estrecha y constructiva con el Estado español", "relación leal entre iguales", "la independencia no puede entenderse como vocación de aislamiento o desconexión respecto del entorno al cual se pertenece", "sería absurdo concebir esta independencia como una vía de ruptura con España" o "voluntad explícita de fortalecer los vínculos –históricos, actuales, colectivos y personales- entre los dos territorios"? El buen rollo independentista: una patada en la espinilla por debajo de la mesa seguida de parabienes, felicitaciones, besos y abrazos.

Miga, guasa, patada en la espinilla por debajo de la mesa e hipocresía política. Sea. Pero, hay otra cosa: un neomaquiavelismo de bajo vuelo, de aficionado, de faja –con roc- y barretina, que usa el sentimiento y la artimaña para alcanzar y mantener el poder. La brutta cupidità di regnare, diría el florentino. Desde su ínsula barataria, los sabios de Artur Mas parecen ignorar –ellos, ¡los sabios!- que los disparates –antes o después- se pagan. Lo malo del asunto es que todos vamos a padecer en carne propia las consecuencias del Gran Disparate gestado en Cataluña.