Está de moda ser antimilitarista, pero la verdad es que nada tienen que ver los ejércitos de hoy en día con los de hace unos años. Gran parte de su labor es humanitaria y la UME, uno de los mejores inventos del presidente Zapatero, se ha ganado no solo el respeto sino también el cariño de la población gracias a sus intervenciones en inundaciones, incendios y demás catástrofes que nos acechan periódicamente.

Su papel ahora está siendo creciente, hasta el punto que nuestra alcaldesa que hace nada quería prohibir al ejército su acceso al Saló de l’Ensenyament, les ha pedido, con todo el sentido del mundo, ayuda para construir un albergue en la Fira para los sintecho. De sabios es rectificar, aunque no tengo claro que cuando pase todo esto se olvide del servicio que presta el ejército a la sociedad.

Nos guste o no el mundo castrense, es innegable que sus profesionales comparten unos valores que en tiempo de adversidad no vienen nada mal. Y uno de ellos es la moral de victoria, que es tan importante para los que están en el frente como para los que están en la retaguardia. Y muestra de esa importancia es el esfuerzo en propaganda que todos los estados en guerra realizan para animar a su población.

Y sí, estamos en guerra, contra un virus pero también contra el declive económico. Y aunque es cierto que democracia y propaganda se llevan mal, no lo es menos que debemos construir entre todos una moral colectiva de victoria. Basta ya de subrayar y repetir las malas noticias, las carencias y los problemas. Los ciudadanos enclaustrados nada podemos hacer para traer mascarillas o respiradores. No nos ayuda pensar que todos los hospitales son un caos o que si enfermamos nadie nos ayudará. La realidad es que, aunque algunos hospitales están pasando por momentos críticos, ni mucho menos todos los hospitales están al borde del colapso. Contamos con más de 750 hospitales en España y con más de 150.000 camas hospitalarias. Ha habido recortes, sin duda, pero se están construyendo hospitales de campaña y medicalizando hoteles para dejar los casos más graves en los hospitales, que siguen atendiendo a quienes padecen del coronavirus pero también a quienes tienen un ictus, un infarto, cáncer, o se ponen de parto, que esta crisis, afortunadamente, no hace que los fetos hagan un paréntesis en su desarrollo. Que algunos políticos y medios se esfuercen en hacernos pensar que si tosemos estamos ya con un pie en la tumba no ayuda nada. No hay que ocultar la verdad, ni mucho menos, pero no es hora ni de alarmismos ni de sensacionalismos sino de rigor y si algo hay que insuflar a la población es optimismo, aún nos quedan muchos días por delante.

Esta política del miedo podría tener cierto sentido si ayudase a que todo el mundo se quedase en casa, pero ya hemos visto como lo que no hace este virus es curar la estupidez de algunos que siguen con sus hábitos y se marchan el fin de semana a la playa o al campo. A los incívicos no les cambiará el miedo, pero al resto, la gran mayoría, les hace menos llevadero el encierro. Es evidente que esto no puede terminar antes del final de la Semana Santa porque si se relaja algo todo el mundo se iría a la playa. Si la concienciación no llega tendrán que venir las medidas duras para el que salga de casa porque le da la gana.

El gobierno de España ha decidido paralizar un país con el objetivo de romper la cadena de contagio de esta pandemia, priorizando la salud a la economía. Solo tiene sentido lo que hacemos si lo hacemos todos, de lo contrario será un sacrificio baldío que no salvará vidas y, además, nos arruinará.