El diálogo mantenido por un Mosso d’Esquadra y un agente forestal en plena tensión entre manifestantes molestos por la celebración del consejo de ministros en Barcelona y policías cumpliendo con su obligación se convertirá en un clásico. Es un intercambio de palabras breve, contundente, real y muy habitual en otras situaciones más relajadas. Al conseller Buch, no le ha gustado el incidente y lo va a investigar, aunque no aclaró qué es lo que no “es normal”, si la opinión expresada por el policía, el lenguaje utilizado o la creencia del agente forestal.

El agente forestal estaba defendiendo la república, se entiende que la catalana, y el policía, tras recriminarle la compañía en la que andaba, le explicó lo que todo el mundo sabe, que la república no existe. Como si se tratara de su cuñado en la cena de Navidad ¿Le molesta al conseller que un mosso tenga la paciencia de hacerle notar a un manifestante la inutilidad por la que está corriendo el riesgo de recibir un porrazo reglamentario? Tal vez lo que le preocupa al titular de Interior es que algunos agentes no se crean la fábula republicana, pero eso no puede ser, claro, porque sería tanto como aceptar que se pretende de los Mossos d’Esquadra una policía política y esto estaría mal. Muy mal.

Luego está el detalle del lenguaje. “Qué república, ni qué cojones, la república no existe, idiota”, le espetó el policía. Lo de los cojones no es especialmente grave, es machista, machote y cuartelario, sin duda atribuible a los nervios del momento. El policía podía haber dicho, ni qué invento, ni qué mentira, ni que ilusión, ni qué despropósito; seguramente no lo pensó lo suficiente y se dejó llevar por la fórmula más despectiva que le vino a la cabeza. Hay que suponer que esta no es la expresión en la que pensaba el conseller cuando anunció una investigación.

Lo de idiota es más peliagudo. Si hubiera dicho “estúpido” sería muy diferente, porque la apelación a la estupidez en política tiene cierto glamour desde que en 1992 un asesor le sugirió a Bill Clinton un titular para un artículo sobre la trascendencia de la economía en la campaña electoral. Los que no habían dado con la clave eran unos torpes, unos tontitos, unos electores faltos de inteligencia. Pero el mosso no atinó con el adjetivo acertado en su improvisada lección de realismo a su compañero funcionario y se confundió, calificando al creyente republicano de enfermo mental, con tal fuerza que casi convirtió el adjetivo en un sustantivo. Un insulto en toda la regla que se expandió como una afrenta colectiva entre aquellos independentistas que viven en la república, que no son todos, pero suficientes para impresionar al conseller Buch.

En la primera línea de ninguna manifestación de tono agresivo se felicita las fiestas; y la del incidente registrado en el viernes negro lo fue. Si Buch se empeñara en disponer de un informe al respecto, la opinión pública podría disponer de un audio de las delicadezas verbales cruzadas entre los policías y los combativos patriotas. Sería impresionante constatar la profundidad ideológica y la urbanidad del diálogo mantenido por unos y otros. Pero Buch no busca una análisis general de la impertinencia expresada en una situación tensa y compleja, sino depurar el lenguaje de un agente a sus órdenes que, por extensión, llamó idiota a medio gobierno.

El policía cometió un error imperdonable, estropeando su ejercicio de didáctica disuasiva improvisada, aunque el sentido completo de la frase refleje una verdad incuestionable para casi toda Cataluña. Podría reducirse a una anécdota propia del fragor de la batalla, pero el conseller lo convertirá en una categoría, en un asunto parlamentario, si persiste en su pertinaz crítica de los Mossos fuera del conducto reglamentario, tan solo para satisfacer el malestar de los supuestos dueños de la calle.