Da la casualidad de que varios amigos míos se han leído estos días Yoga, la última novela de Emmanuel Carrère, y, tras buscar en YouTube el vídeo de Martha Argerich tocando la Polonesa Heroica, de Chopin, que el autor menciona en el libro, me escriben un WhatsApp para decirme que me parezco un montón a la conocida pianista argentina cuando era joven.  “Ya, ya”, les contesto orgullosa (además de describirla como una intérprete brillante, Carrère dice que es guapísima), “mi tío Jose Carlos hace tiempo que me lo dice”. Mi hermana, que también se está leyendo Yoga, me ha dicho que a ella también se lo han dicho, así que debe ser cierto que debemos tener un aire de familia, aunque mi hermana asegura que Argerich parece japonesa.

El caso es que todo esto lo pensaba el miércoles pasado mientras escuchaba al magnífico Evgeny Kissin interpretando la Polonesa Heroica en el Palau de la Música, y me preocupé por ser tan egocéntrica. ¿Qué importaba si me parecía o no a la Argerich cuando ese joven pianista ruso estaba haciendo magia con sus dedos?  Después pensé que mis pensamientos egocéntricos quizás no desentonaban tanto si tenía en cuenta que su origen residía en la última novela de Carrère, en mi opinión, la más egocéntrica de todas las que ha escrito hasta ahora el famoso autor francés, considerado un maestro de la autoficción.

“A mí me parece que los escritores que hacen autoficción son un poco vagos. Da más pereza inventarse una historia que ponerse a hablar de uno mismo”, le escribí por WhatsApp a un amigo mío, fan declarado de Carrère, con afán de provocarlo. Mi amigo, mucho más leído y erudito que yo, cree que la literatura solo puede ser buena o mala, independientemente de su género. Lo único que importa cuando se trata de autoficción es que el autor sea honesto. “Y Carrère es uno de los pocos autores honestos que conozco”, insistió. Estoy de acuerdo con él, aunque sigo pensando que si un autor toma distancia de su yo para contarnos una historia (aunque esté basada en su vida y experiencias personales), el lector no tendrá más fácil para no sentirse un mero espectador y participar de la experiencia literaria. Creo recordar que Javier Cercas reflexionaba en una de sus novelas policíacas recientes sobre la importancia de este interesante feedback que se establece entre autor y lector en la buena literatura: ¿todas las novelas hablan de nosotros?

Tengo la impresión de que el auge de la “literatura del yo” tiene algo que ver con el auge del individualismo y las redes sociales (como un efecto Instagram en la literatura), pero no me voy a poner a opinar sobre temas que no sé. No tengo ni idea de literatura: hace un par de semanas presumía de haber empezado a leer a Marcel Proust (Pel Cantó de Swann, Proa, 2019), considerado un maestro de la novela autobiográfica (o de la autoficción), y voy a confesar que dejé el libro a la mitad. Se me hizo difícil la traducción al catalán (seguramente magnífica, pero no estoy al nivel), así que probaré de leerlo en castellano más adelante. “Siempre estás a tiempo de volver, y no es obligatorio”, me consoló mi amigo, que lee un volumen de Proust cada verano (Proust solo escribió una novela, En busca del tiempo perdido, repartida en siete partes). “Hay que leerlo sin estrés y sin prisas”.

La verdad es que no sufro ni de una cosa ni de la otra, pero no voy a atormentarme por este fracaso. George Orwell lo dijo muy claro: “Una autobiografía solo es fiable si revela algo vergonzoso. Un hombre que solo da buena cuenta de sí mismo está probablemente mintiendo, ya que cualquier vida vista desde dentro es simplemente una serie de fracasos”. (“Autobiography is only to be trusted when it reveals something disgraceful. A man who gives a good account of himself is probably lying, since any life when viewed from the inside is simply a series of defeats”).