No sé cómo lo ven ustedes, pero a mí, personalmente, Pablo Echenique, Secretario de Organización de Podemos, se me antoja un personaje absolutamente caricaturesco. De ser un dibujo animado --imagínenlo-- yo no dudaría en darle un papel de protagonista absoluto en Los Autos Locos, aquella serie de Hanna-Barbera de 1968, que tantas carcajadas y tardes felices nos regaló a todos. Echenique competiría en popularidad y planos con Pierre Nodoyuna y su célebre perro de risa de hiena Patán. Ya saben que ese par de villanos adorables se dedicaba, capítulo tras capítulo, a sabotear, jorobar, urdir maldades, hacer la vida imposible y poner trampas al resto de corredores. Cualquier cosa con tal de hacerles pinchar, estrellarse, sacarlos de la carretera o directamente despeñarlos montaña abajo. Pues con un Echenique en liza, embalado con un turbo propulsor supersónico, a Pierre Nodoyuna y a Patán los echaban de la serie, porque no hay color.

Indudablemente Pablo Echenique pertenece por derecho propio a esa indefinible categoría que aglutina tanto a políticos irritantes e insufribles --e intelectualmente indigentes, aunque él pueda alardear de un doctorado en Ciencias Físicas-- como a deleznables caraduras infiltrados, por interés crematístico, en la vida política, a través de la prensa y de la televisión. En los últimos años han brotado por generación espontánea, como las setas en otoño húmedo y soleado. En este país los tenemos para dar, vender y exportar. Piensen en Gabriel Rufián, en Bea Talegón, en Albano Dante Fachin y en un larguísimo etcétera… ¿Me siguen, verdad?

Déjenme que les diga que no son gente constructiva, intelectualmente sólida; que no buscan el interés o el bien de la sociedad que en muchos casos les acoge; que no son sinceros; que no entienden, o no quieren entender, lo que es la democracia y sus reglas y conceptos básicos si suponen contrapunto a su espurio interés personal. Que son, y ahí lo dejo, unos advenedizos --personas que se han introducido en una posición, un ambiente o una actividad que no les corresponde por capacidad-- que solo buscan medrar, vivir de la sopa boba y hacer cuanto más ruido, mejor. Porque de lo contado, ya lo dice el dicho popular, come el lobo. O dicho de otro modo: cría fama y échate a dormir.

Todos ellos se dedican a sembrar la semilla del odio; a aventar cizaña, que es hierba tóxica que prospera en las peores condiciones; a envenenar la convivencia y a dividir; a enarbolar y a defender cualquier bandera allá donde van, a excepción, por descontado, de aquélla que es común y tanto odian los que les pagan a espuertas. Ni a Echenique, ni a ninguno de los citados --y aquí incluiré a Pedro Sánchez, Manuela Carmena y Ada Colau, otros que suscitan vergüenza ajena hasta cuando callan--, les verán jamás felicitar las festividades nacionales a la ciudadanía, o las fechas de especial trascendencia religiosa para los católicos, ni mostrar jamás su agradecimiento al ejército y a nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad. Y del Rey, el himno y la bandera, mejor ni hablemos. Les verán, eso sí, deshacerse en elogios y parabienes hacia la nutrida comunidad tuareg de Castro Urdiales, fotografiarse con la familia masái afincada en Albacete, o abrazarse emocionados a la tribu de jíbaros empadronados en Écija. Son así de ridículos y patéticos. Lo único que veneran de este país, al que desprecian profundamente, es el dinero fácil que ingresan cada mes.

Ayer Echenique volvió a incendiar el ánimo de mucha gente, muchísima, incontable, que se muerde los labios y aguanta todas las vejaciones y desprecios que él, y muchos de los citados, reparten con generosidad. Ni corto ni perezoso, soltó en Twitter: «Ciudadanos es un partido marginal en Euskadi y Rivera lo sabe. No se va a Errenteria a conseguir los votos de los vascos y las vascas. (Él) Va a incendiar la convivencia entre los diferentes pueblos de España a ver si así rebaña votos de odio en otros territorios. Duro pero cierto». ¿No les parece infame una declaración así? A mí, sí. Mucho.

Resulta descorazonador convivir y compartir espacio con personas que niegan a un partido político --sea el que sea-- poder expresar libremente su opinión en cualquier punto de nuestro país. Poco importa que en Rentería Ciudadanos solo haya cosechado hasta la fecha 300 votos, como se ha encargado oportunamente de remarcar hoy el alcalde de la población. En una democracia no puede haber zonas vedadas, mordazas, acoso al discrepante, insultos y violencia, esté uno por encima o por debajo del Ebro. Y es paradójico que esa extrema izquierda zafia, de puñito alzado y sexo confuso --que se hermana con nacionalistas hispanófobos y con admiradores de asesinos etarras--, que se postula como paradigma de la democracia, pero que solo sabe hablar, porque no hay más que rascar, de fosas comunes, cunetas, guerracivilismo y franquismo, le niegue el pan y la sal a otros sin ser capaz de entender que comunismo y fascismo son el anverso y el reverso de una repugnante y criminal moneda llamada totalitarismo. A esa izquierda la vemos a diario en acción, en Rentería acosando a Albert Rivera, Fernando Savater y Maite Pagaza, o en la UAB catalana amedrentando a Cayetana Álvarez de Toledo, Alejandro Fernández, Rafael Arenas y Manuel Valls. Es esa extrema izquierda irreconciliable, que nos dicta lo que debemos sentir, pensar y decir; la que nos señala lo que es bueno y lo que es malo; la que se ha apoderado del discurso; la que dice dónde hablar y dónde callar...

A esa izquierda, con Echenique, nique, nique, a la cabeza, la confinaría yo, de dibujar mejor de lo que lo hago, en una risible viñeta, en un fotograma de “Los Autos Locos”. Y la dejaría deslizar cuesta abajo y sin frenos. Tal vez, con un poco de suerte, perdieran todos ellos el control en una curva cerrada y salieran disparados hasta aterrizar de cabeza en el contenedor de la basura orgánica.