Ada Colau va a cumplir ocho años de alcaldesa. Fue la primera mujer en conseguirlo tras siglos de hombres ocupando el despacho consistorial de la plaza Sant Jaume. Rompió moldes. Una activista antideshaucios y antiglobalización, sin carrera política ni apellidos ilustres y con la carrera de Filosofía a medio acabar sucedió a cientos de hombres, algunos menos ilustres que otros. Volverá a presentarse en 2023 y tendrá que enfrentarse a un señor de Barcelona, a Xavier Trias i Vidal de Llobatera, derribado por la regidora en 2015. Vuelve con ganas y motivos para sacar a su antigua rival. Tenemos duelo.

El exalcalde convergente, que en 2011 consiguió 15 concejales, busca el voto de la gent d’ordre. También de quienes se han hartado de las ocurrencias de la alcaldesa. Se dirigirá a comerciantes, a pequeños o grandes empresarios, a jóvenes deseosos de prosperar sin salir de su ciudad. A todos aquellos que, esencialmente, quieren que Barcelona vuelva a ser la ciudad cosmopolita, abierta, segura y limpia de siempre. Ese voto también lo quiere el PSC de Jaume Collboni; pero Trias tiene una ventaja respecto al candidato socialista, no ha cohabitado con Colau.

Las primeras encuestas no le dan grandes resultados al veterano político convergente, pero  su opción preocupa entre los partidos de centro izquierda, sean independentistas o socialdemócratas. Les quita voto a ellos, no a la alcaldesa. Colau va a lo suyo, con un discurso radical que ni ERC ni PSC pueden reproducir. Los sondeos dan empate en votos a socialistas, republicanos y comunes, pero los efectos de ese resultado, que abriría las puertas a un nuevo tripartito, pone los pelos de punta a una buena parte de barceloneses.

En Cataluña, los partidos de izquierdas han tenido siempre un gran respeto por la burguesía ilustrada y catalanista. Se entiende en el caso del PSC. Pasqual Maragall, nieto del insigne poeta Joan Maragall, ocupó la alcaldía durante 15 años, durante los cuales la ciudad fue más respetada y admirada que nunca. Hasta que empezó un procés que convirtió a los nacionalistas en independentistas y a los socialistas en tibios constitucionalistas. Durante el largo período del oasis catalán, muchos electores votaron a Pasqual en las municipales y a Jordi Pujol en las autonómicas. Todo quedaba en casa. Ambos candidatos vivían en el distrito de Sarrià-Sant Gervasi y se vigilaban desde los balcones de la plaza de Sant Jaume.

Ese respeto por las familias de siempre contagió a ERC. Los independentistas apostaron en 2019 por el apellido Maragall, por el discreto encanto de la burguesía catalana; curiosamente, ganaron en votos. Pero Ernest, el hermano de Pasqual, no consiguió sumar ni gobernar. Colau pactó con PSC y Ciudadanos, decididos a impedir que el gobierno municipal también fuera ocupado por el “procesismo”. Ernest repite, pero con 80 años se tienen más ganas de pacto, se está menos por la labor de enfrentarse a los excompañeros de partido. 

La estrategia socialista pasa por demostrar que son el partido de la calma y el consenso que necesitamos. Ha funcionado en tiempos de ilegalidades y hartazgo, pero ¿funcionará ahora frente a un candidato como Xavier Trias y en una situación tan crispada como la que vive la política española? Los buenos modos de Collboni gustan en los centros de poder, pero el candidato nacionalista es uno de los suyos.

Barcelona es una pequeña gran ciudad y todos los que mandan, aunque sea un poco, se conocen. Sus hijos van a los mismos colegios (privados) y se encuentran en Sarrià, en el Eixample y en sus lugares de vacaciones, Trias no da miedo a nadie. Supongo que el veterano político (76 años, pero en forma) centrará el discurso en la ciudad y en su futuro;  esconderá la marca JuntsxCat y será el más anti-Colau de todos.

El PSC va a ser atacado por su alianza con la alcaldesa, también debido a los pactos del PSOE con el independentismo. No faltarán los catalanes que, sintiéndose también españoles, le reprochen con un voto contrario los acuerdos que impiden la aplicación del 25% de castellano en la educación. La posibilidad poselectoral de una sociovergencia, tantas veces mencionada y fracasada, ahuyentará a otros. Difícil encrucijada.  

Los partidos de derechas y centro no parecen tener prisa en colocar sus cartas sobre la mesa. El PP cree que mejorará resultados, aunque sigue sin encontrar candidato y habla de una difícil plataforma constitucionalista. Vox ya tiene líder, Juan Garriga, Ciudadanos desaparece y los militantes del nuevo Valents se patean los barrios para conseguir regidores.

Trias se centrará en un solo tema: echar a Ada. Lo hará con marca propia y sin mirar a los lados. Apelará  a la seguridad, al orden y al crecimiento económico. Vuelve la convergencia clásica para recuperar, frente al desconcierto, el seny que ellos mismos perdieron.