José María Marín Quemada, presidente de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), se muestra muy preocupado por el duopolio que forman Mediaset y Atresmedia. La primera es propietaria de Telecinco y Cuatro. La segunda, de Antena 3 y La Sexta.

Ambas suman una cuota de pantalla del 56% en España. Sin embargo, acaparan ellas solitas el 90% de la inversión de las empresas en propaganda. Las restantes cadenas se han de conformar con el escuálido 10% sobrante, pese a su 44% de cuota.

Mediaset está dominada por el polémico exprimer ministro italiano Silvio Berlusconi, conocido como Sua Emitenza. En Atresmedia corta el bacalao el grupo editorial Planeta, de la familia Lara.

Los cupos de audiencia y publicidad de los dos consorcios revelan la existencia de una clara posición dominante. No es de extrañar que las otras cadenas los acusen de concertarse para exprimir a los anunciantes.

Desde que Televisión Española dejó de emitir avisos pagados, la hegemonía de Mediaset y Atresmedia se ha agrandado a pasos agigantados. Hoy llega ya a unos niveles asfixiantes. Hasta tal punto es así, que amenaza con expulsar del mercado a los otros actores.

Desde que Televisión Española dejó de emitir avisos pagados, la hegemonía de Mediaset y Atresmedia se ha agrandado a pasos agigantados. Hoy llega ya a unos niveles asfixiantes

Veremos en qué queda la invectiva del supremo guardián de la sana competencia y si Marín Quemada se atreve finalmente a embridar al dúo de colosos. No lo va a tener fácil.

Cataluña no es ajena al oligopolio publicitario imperante en España. También por estas latitudes, mutatis mutandis, sufrimos sus consecuencias, como no podía por menos de ser. Sólo que aquí, en vez de duopolio soportamos un draconiano monopolio informativo, que es algo muchísimo más grave.

A este respecto, el sector mediático catalán presenta un panorama desolador. Ocurre que el 99% de los órganos informativos, ya sean periódicos de papel, digitales, radios o televisiones, cobran subvenciones de la Generalitat a fondo perdido.

Ello significa que el Govern aporta cada año un dineral al zurrón de los editores. Éstos hacen con la pasta lo que les peta. No han de dar cuenta a nadie de las mercedes recibidas, ni, por supuesto, tienen que devolver un céntimo al erario vernáculo.

Según los últimos datos disponibles, más de 360 medios y entidades perciben mamandurrias a destajo. La cifra es en sí misma espeluznante. La lista de los que se embolsan aguinaldos a costa de los contribuyentes es tan poblada, que bien puede decirse que las coimas oficiales alcanzan hasta los vehículos de comunicación más humildes de los pueblos más recónditos.

Estas circunstancias explican cabalmente que los medios catalanes estén alineados en posición de firmes a las órdenes de los burócratas de la Generalitat. Todos pasan el platillo y todos, a cambio del momio, se erigen dócilmente en la voz de su amo.

El 99% de los órganos informativos catalanes, ya sean periódicos de papel, digitales, radios o televisiones, cobran subvenciones de la Generalitat a fondo perdido

La prensa catalana batió en 2009 el récord del servilismo al poder político. Me refiero al editorial idéntico que las doce principales cabeceras divulgaron en noviembre de ese año. Las doce lo reprodujeron como papagayos, sin cambiar ni una sola coma. Se trata de un hito vergonzoso, absolutamente único en el panorama periodístico de los países libres.

Ese episodio estupefaciente abochornaría a cualquier editor que se precie de tal. Recuerda punto por punto a los editoriales que el ministerio del Movimiento franquista cursaba a todos los periódicos de la nación. Su inserción íntegra era compulsiva, so pena de clausura.

La salud democrática de los pueblos se mide, entre otras cosas, por el grado de independencia de su prensa. Si utilizamos este baremo, hay que concluir que Cataluña constituye un auténtico páramo, propio de los regímenes dictatoriales más aplastantes. Nunca antes como ahora hubo tal abismo entre la opinión pública y la publicada.