Oriol Junqueras sacó del armario de los recuerdos a la DUI, la declaración unilateral de independencia que figuraba en los planes iniciales de JxSí, postergada hace más de un año por la apuesta del referéndum o referéndum. Ante la sospecha de una nueva modificación de las prioridades, explicable por las disputas internas de la coalición gobernante, para sustituir el referéndum por unas elecciones, el líder de ERC ha vuelto sobre sus pasos amenazando con la acción unilateral por excelencia.

La DUI en realidad no es una amenaza para el Estado español, más bien sería un error para el movimiento independentista. Salirse de la ecuación de las desobediencias a la legalidad y sus inhabilitaciones revitalizadoras para saltar el muro del Estado de derecho y quedarse a la intemperie jurídica, con medio país en contra, puede tener unas consecuencias desastrosas para los soberanistas. Para los soberanistas que resistan al desgaste de la hoja de ruta mutante, se entiende.

La convocatoria de un referéndum y su posterior prohibición por el Tribunal Constitucional puede tener un efecto positivo para el independentismo en una estrategia de sumar supuestos desaires democráticos por parte del Gobierno central, a quien una presión sistemática y sostenida para solventar el contencioso Cataluña-España le puede desgastar a la larga. La DUI es otra cosa, es una prueba de fuerza para ganar o perder en un momento determinado.

¿Por qué Junqueras apeló a la DUI, precisamente ahora, tras el viacrucis de JxSí de esta Semana Santa? Justamente por esto, para tapar la crisis interna entre PDECat y ERC

¿Es este el momento determinado? Para afrontar este desafío al Estado y a la comunidad internacional, la Generalitat debería tener garantizadas al menos tres cosas: apoyo masivo y militante de la calle, dinero suficiente para superar el corte automático del flujo de la hacienda española hasta que su estructura de Estado pudiera facilitárselo y un mínimo club de países dispuestos a reconocer al nuevo Estado. No hay pruebas científicas de la existencia de ninguno de estos factores, salvo la fe de los creyentes y la repetición de la manifestación masiva y festiva del 11 de septiembre.

El Estado y el Gobierno de Rajoy no están esperando otra cosa que un error de esta magnitud. Una salida al balcón del Palau de la Generalitat para proclamar la República catalana, tras una sesión exprés del Parlament aprobando la declaración con los votos de la CUP, y antes de su anulación por el TC. Un acto a la padana. Si no hay condiciones, ¿por qué Junqueras apeló a la DUI, precisamente ahora, tras el viacrucis de JxSí de esta Semana Santa? Justamente por esto, para tapar la crisis interna entre PDECat y ERC; sin embargo, las desavenencias son tan evidentes, tan interiorizadas por unos y otros, y tan lógicas, por otra parte, que no se pueden curar con una improvisación.

Oriol Junqueras no va a permitir que nadie le supere como líder del independentismo. Su discurso sobre la bondad universal y el amor fraternal a todos los pueblos y a sus ciudadanos, incluso los españoles, necesita de vez en cuando de algunas píldoras de radicalidad y determinación para contrapesar los rumores de un cierto desinterés por todo aquello que pueda poner en peligro su más que probable llegada al despacho de la Presidencia de la Generalitat. Tal como están las cosas, tendrá que prodigarse.