Sigo desde hace años a Arcadi Espada y Federico Jiménez Losantos y, aunque para mi gusto sensiblero resulten un tanto despiadados, siempre me han seducido sus análisis políticos. Son gente lúcida y desilusionada, como Herzen, de la sangrienta gloria que todas las revoluciones suelen llevar a su estela.

Por eso resulta fascinante el intercambio de guantazos dialécticos entre ambos en el diario El Mundo a propósito de Vox. Un debate que va más allá del desencuentro entre dos de las personalidades más destacadas del columnismo liberal-conservador o de derechas. Por supuesto que utilizo esa calificación con todas las reservas, pues creo que ninguno de los dos puede sentirse a gusto con las plantillas que imponen ideologías a las que suelen despachar con mordaz displicencia. Eso cuando no las consideran aberrantes o perversas, lo que ocurre con una cierta frecuencia.

La cosa está en la consideración que pueda otorgarse a Vox a la hora de establecer alianzas para la formación de mayorías de gobierno. Y, por extensión, en cuáles son los partidos que se sitúan en posiciones tan extremas que merecen el establecimiento de cordones sanitarios que eviten cualquier acuerdo con ellos.

Espada abomina de Podemos y considera a Vox un partido nacionalista, situado, por tanto, en la misma órbita ideológica de los independentistas catalanes o vascos. Espada ha dedicado centenares de páginas a combatir los nacionalismos como excrecencias tóxicas de lo peor del siglo XX, por lo que la apelación de Vox a las esencias de la patria como elemento cohesionador no podía ser de su agrado. Añadan a eso el antieuropeísmo de alguno de sus dirigentes, su identificación con los gobiernos nacionalistas de Hungría y Polonia, más un cierto tufo a sacristía en materia de moral y costumbres, y se harán una idea de sus razones.

Losantos, un hombre que, como Espada, proviene de la izquierda, no ha sido más complaciente con el nacionalismo y coincide con él en el rechazo a los independentistas y a Podemos. Losantos es un profundo conocedor de la izquierda y sus patologías, y la monumental Memoria del comunismo (La Esfera de los Libros, 2018) da cuenta de su más que razonable inquina hacia cualquier cosa que pinte a bolchevismo, aunque no omita que también la derecha, en el nazismo, tuvo su propia encarnación criminal.

En lo que difiere de Espada es en la calificación de Vox. Para Losantos, Vox es un partido plenamente aceptable, sus propuestas de modificación del statu quo son más que razonables y en ningún caso pueden ser equiparado a quienes califica de tóxicos disgregadores de la nación española y del conjunto de valores ilustrados que son la base de una sociedad civilizada.

Creo, desde la modestia, que ambos planteamientos chirrían desde una perspectiva constitucional. Porque, por mucho que pueda escocer a algunos, tan constitucional es Vox como cualquiera de los partidos independentistas o Podemos.

Hablamos de formaciones creadas al amparo de la Constitución, cuyo funcionamiento se adapta escrupulosamente a lo previsto en las leyes electorales y que admiten sin problemas una estructura política inequívocamente liberal: sufragio universal, actividad parlamentaria, separación de poderes, etc. Es cierto que (como en los demás partidos, por cierto) alguno de sus miembros ha sido condenado Código Penal en mano, pero eso no les priva de legitimidad en el marco de una Constitución no militante, que permite plantear incluso el cambio de régimen político siempre que se respeten sus procedimientos. También es cierto que pueden someter el sistema a tensiones, pero la superioridad moral de la democracia reside, precisamente, en la resolución dialogada de esos conflictos.

Para Espada existen unos partidos con los que no se podría pactar en ningún caso. Losantos coincide en ello, siempre que se excluya a Vox del cómputo. Mucho me temo que esos enfoques pueden suponer un serio problema tan sólo para Vox.

Porque establecer como válida la premisa de que es legítima la exclusión de cualquier partido legal, y sentar la divergencia tan solo en la cuestión de a cuáles se excluye acaba en que se pueda pactar con quien sea por la izquierda. Mientras, Vox ve satanizada su presencia en cualquier posible coalición de gobierno.

Por eso me atrevo a proponer un enfoque alternativo, en el que se admita, con carácter general, la legitimidad de todos los partidos legalmente constituidos, evitando el repudio de cualquiera de ellos y admitiendo el derecho a la participación política de todos sus electores.

También porque las fuerzas que tanto Espada como Losantos coinciden en proscribir pueden ser (por mandato constitucional, en lo que hace a la formación de mayorías) fundamentales tanto para lograr grandes consensos en temas de Estado como para hallar puntos de encuentro que desenquisten polarizaciones fratricidas. En todo caso, si hay que vencerles, eso tendrá que hacerse (Espada y Losantos se aplican en ello) en el libre mercado de las ideas.

Y en cuanto a la reverdecida esperanza de Espada en Ciudadanos como sustituto de esos partidos nefastos, me permito citar a Angel Wagenstein y recordar que "el fruto de las esperanzas vanas es más triste que la verdad, más triste".