Una de las pinturas que mejor nos define como pueblo es El duelo a garrotazos, también conocido como La riña, de la serie de pinturas negras que el genio de Fuendetodos pintó para adornar las paredes de la Quinta del Sordo. Estos frescos fueron traspasados a lienzos por Salvador Martínez Cubells, con la intención de venderlos en la Exposición Universal de París de 1878. Afortunadamente los planes de venta del barón Émile d’Erlangen no prosperaron y acabó donando todas las pinturas negras de Goya al Museo del Prado, lugar donde hoy se pueden admirar en la sala 067.

En este cuadro costumbrista vemos a dos gañanes hundidos en el barro dándose porrazos en una pelea donde muy probablemente ninguno de ellos acabe ganador y los dos mueran o en el mejor de los casos acaben malheridos. Excelente metáfora para describir los cientos de veces que nos hemos pegado entre españoles, la gran mayoría sin saber por qué y sin que nadie salga ganando. Ahora sirve esta pintura para describir por qué hemos perdido la posibilidad de conformar una candidatura para los Juegos Olímpicos de invierno de 2030. Los culpables recuerdan mucho a los protagonistas de la pintura, los dos encantados de haberse conocido y a quienes no les importan nada los intereses de quienes, supuestamente, representan y dicen servir. Todo por el titular fácil que en estos tiempos creen los políticos que se traducen en votos.

Llevo en Barcelona aproximadamente el 60% de mi vida, pero nací en Zaragoza, por lo que entiendo las bajas pasiones de los mandamases de cada aldea. Lambán representa el catetismo maño que prefirió una Endesa alemana o italiana, que catalana, facilitando la venta de una empresa estratégica que creció con nuestros impuestos. Tras una brillante vida post-privatización resistió cual Agustina de Aragón a una OPA con origen catalán por aquello que un presidente de Teruel no puede rendirse al vecino rico. Aragonès, apellido cuando menos curioso para el caso que nos ocupa, representa el discurso que llevamos años escuchando sobre el hecho diferencial catalán y todo aquello que tanto nos ha dividido y tan poco nos ha aportado.

A uno y al otro les han importado tres narices los intereses de sus administrados y se han cargado una candidatura pirenaica que tenía muchas posibilidades de salir adelante. Nunca ha habido unos juegos olímpicos en los Pirineos y esta vez parecía que teníamos posibilidades de sacarla adelante, incluso con las excentricidades de extender el Pirineo hasta Barcelona y Zaragoza. El problema no es técnico sino de egos y sobre todo de tacticismo político. Lambán, anclado en los sentimientos más carpetovetónicos, no podía mostrar debilidad con los catalanes a menos de un año de las elecciones. Aragonés, atrapado en el relato indepe, no podía tratar de tú a tú al vecino pobre ni menos aceptar la tutela del Estado. Y al final, la casa sin barrer y la posible riqueza derivada de un evento de dimensión global se nos escapa por la poca amplitud de miras de quienes nos malgobiernan en Aragón, en Cataluña y en Madrid. Sí, también en Madrid porque el Gobierno de la nación no debía haberse hecho el don Tancredo, debería haber mediado, de trabajar con discreción y, si no, tratar de imponer un acuerdo. Pero no, es más fácil rendirse y echar la culpa al vecino cuando la realidad es que son culpables todos los que han participado en este despropósito.

Los Pirineos han perdido 15 días de publicidad global, 7 años hablando de los Pirineos y una lluvia de millones para prepararse, dinero más que necesario en los tiempos tan inciertos que vivimos. Dicen que el impacto hubiese superado los 1.500 millones de euros. Lambán y Aragonès, Aragonès y Lambán, nos deben 1.500 millones de euros y, sobre todo, un proyecto ilusionante y cohesionador en un territorio con riesgo cierto de despoblación y gentrificación.

En 2030 muy probablemente no gobiernen ni Lambán ni Aragonés, pero su herencia queda ahí, la nada. Los dos también recuerdan al protagonista de la obra de Lope de Vega El perro del hortelano, que ni comía ni dejaba comer. Han preferido matar el proyecto a ponerse de acuerdo. Y ahora se dedican a buscar culpables y excusas.