Euskadi y Galicia han adelantado sus elecciones autonómicas para huir de la contaminación catalana cuando paradójicamente cada día parece más claro que el anuncio de Quim Torra de que la legislatura estaba agotada y convocaría elecciones tras la aprobación de los presupuestos era otro fake, un nuevo anuncio falso. Desde el Govern ya se desliza que Torra nunca dijo que la convocatoria sería inmediata y todo apunta a que Junts per Catalunya (JxCat) quiere prolongar la legislatura hasta el otoño.

Quizá por eso el vicepresidente Pere Aragonès instó el viernes a “no alargar en exceso la legislatura porque es evidente que en términos políticos se ha de hacer un cierto reset. Volver a comenzar y volver a repartir las cartas y que sirva para llegar a consensos amplios en Cataluña”, declaró a la cadena Ser.

Es una muestra más de las discrepancias entre los dos socios del Govern. Esos “consensos amplios” de los que habla Aragonès le huelen a “chamusquina” a Laura Borràs, jefa de JxCat en el Congreso. En una entrevista al Huffington Post, califica así un eventual tripartito entre ERC, el PSC y los comunes. “Y digo chamusquina porque el resultado para Cataluña del tripartito fue extraordinariamente lesivo”, aclara en unas declaraciones en las que no ahorra ataques a ERC, cuyo “independentismo pragmático” califica de “autonomismo de toda la vida”. Borràs tacha al partido republicano de “cómplice pasivo” de la retirada del escaño a Torra por parte de la Junta Electoral Central.

Estas acusaciones son solo el aperitivo de lo que nos espera en una campaña electoral para las autonómicas, que será la madre de todas las batallas entre JxCat y ERC. Y eso pese a que el tripartito que tanto temen los puigdemontistas es inviable si hacemos caso tanto a las declaraciones de Miquel Iceta, que repite que el PSC nunca hará presidente a un independentista, como de Oriol Junqueras, que fustiga al PSC cada vez que habla.

La última vez fue en la entrevista con Jordi Évole en La Sexta, una conversación modélica porque desnudó al entrevistado y mostró las dos caras de Junqueras. En la primera parte, todo fue “el junquerismo es amor” cuando hablaba de la cárcel, de los presos que lo acompañan, de las clases de cine o de historia que les da, de los sentimientos que le embargan, de los efectos que la prisión produce en las personas, etcétera.

Pero en la segunda parte, se desató la furia contra el PSC y contra Iceta, a los que acusó falsamente de haber aplaudido la prisión de los condenados por el procés. Junqueras partía de una premisa falsa para justificar el diferente trato que dispensa al PSOE, con el que está dispuesto a negociar, y al PSC, al que veta para cualquier acuerdo. Iceta, vino a decir, sabe que somos inocentes y por eso su actitud es más deshonesta. Pero ese planteamiento es ventajista y da por supuesto algo que no está demostrado para apoyar mejor sus argumentos. Junqueras tiene derecho a creer que él es inocente, pero no lo tiene a afirmar que Iceta piensa lo mismo. ¿Cómo lo sabe? Iceta puede considerar que la sedición no se adapta a lo sucedido en Cataluña y reclamar por esa razón la reforma del Código Penal, pero no por eso pensar que los encausados en el procés no han cometido ningún delito. ¿Ni siquiera los de desobediencia o malversación?

Esta segunda cara del presidente de ERC quedó también acreditada en el combate dialéctico con Évole sobre si en octubre de 2017 los partidos independentistas tenían o no suficiente mayoría para declarar la independencia. Cuando el periodista le recordaba que los partidos que llevaban en su programa la independencia, que es lo sustancial --al margen de opiniones sobre la posición de los comunes--, tenían el 47% de los votos, Junqueras lo negaba con el argumento de que “los comunes no estaban a favor ni en contra” o de que “si comparamos el con el no teníamos mayoría”.

En realidad, las dos caras de Junqueras son la misma, la de una persona que la Real Academia Española define así: “Cínico. Que actúa con falsedad o desvergüenza descaradas”.