En la última sesión de control al gobierno, Xavier Domènech inició su pregunta a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría nombrándola como “gobernadora general de Cataluña y conde-duque de Olivares del siglo XXI”. El líder de los comunes es historiador y se valora mucho su formación para comprender su rápido ascenso político y su sonriente sosiego como orador. Sorprenden pues estas referencias descontextualizadas y erróneas. Con la primera aludió al cargo que se creó para dirigir la administración catalana tras la suspensión de la autonomía catalana a partir de la proclamación del Estat català por Companys el 6 de octubre 1934. Es curioso, pero este cargo fue ocupado también por políticos catalanistas hasta que, después del triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, el Tribunal de Garantías Constitucionales anuló la ley de suspensión, restauró la Generalitat y Companys fue elegido otra vez presidente por el Parlament. ¿En ese “retorno” está pensando también Domènech para sus alianzas después del 21D?

La alusión al conde-duque de Olivares parece un guiño a su compañero de departamento de la UAB, el historiador modernista Junqueras, el exvicepresidente ahora encarcelado. Pero ¿por qué nombró al valido de Felipe IV? La historiografía nacionalista lo culpa de la revuelta catalana de 1640 y, junto a Felipe V, lo han convertido en símbolo del odio del Estado español hacia Cataluña, constante histórica (para ser más preciso, imaginaria y falaz) que justificaría el victimismo catalanista (tan real como obsceno).

La “represión olivarista” se explicaría por un comentario que incluyó el conde-duque en su Gran Memorial. Este documento fue una instrucción secreta presentada al rey el 25 de diciembre de 1624, con una serie de directrices y pautas básicas de gobierno, tanto en lo referente a la política castellana y a la de otros reinos, como a los privilegios de la alta nobleza y de la Iglesia: "Tenga Vuestra Majestad por el negocio más importante de su Monarquía el hacerse rey de España; quiero decir, señor, que no se contente Vuestra Majestad con ser rey de Portugal, de Aragón, de Valencia, conde de Barcelona, sino que trabaje y piense con consejo maduro y secreto para reducir estos reinos de que se compone España al estilo y leyes de Castilla [...] que si Vuestra Majestad lo alcanza será el príncipe más poderoso del mundo".

El propósito del conde-duque de Olivares no era la castellanización, sino la construcción de una nueva monarquía que no se redujese a la unión dinástica

Para la historiografía nacionalcatalana éste es el pasaje que revela claramente el premeditado proyecto castellanizador y centralista de Olivares. Han sido muchos los historiadores, encabezados por John H. Elliott, que han señalado que esa lectura es parcial, interesada y errónea, pero las advertencias han caído en saco roto. Nadie puede negar que el principal objetivo era aliviar las cargas fiscales sobre Castilla --agotada y exhausta--, sin embargo el propósito no era la castellanización, sino la construcción de una nueva monarquía que no se redujese a la unión dinástica. Olivares reiteró esta idea en 1625 en una carta a Francisco de Borja: "Estoy deseando acertar algún camino por donde se pudiese conseguir que los reinos de Su Majestad fuesen entre sí cada uno para todos y todos para cada uno".

Ni siquiera el posterior proyecto militar de Unión de Armas que planteó el conde-duque puede ser entendido como sinónimo de unificación, sino de correspondencia, confederación, alianza o de coalición entre los diversos reinos hispánicos. El objetivo no era eliminar autonomías, sino fortalecerlas al proponer la construcción de ejércitos en cada uno de los reinos, compuestos, dirigidos y financiados por naturales de esos territorios. La monarquía hispánica se estaba jugando su hegemonía en Europa frente a Francia y en el complejo escenario de la Guerra de los Treinta Años. Por diferentes razones, los recelos de las élites castellanas y el patriotismo de los privilegiados catalanes condenaron el proyecto modernizador de Olivares al fracaso, y aceleraron su posterior destitución el 17 de enero de 1643.

Seguro que Domènech conoce la gran biografía de Elliott sobre el conde-duque, pero no estaría de más que la repasase. De ese modo podría (re)conocer la tramoya interna del poder político catalán que llevó a Cataluña a la revuelta de 1640, cómo de frágiles eran los supuestos democráticos de aquel constitucionalismo catalán --ese que tanto le gusta a Agustí Alcoberro--, y cómo detrás de las míticas libertades catalanas se escondía la realidad de los privilegios sociales de sus élites. En fin, de ese modo el señor Domènech dejaría de utilizar el nombre de Olivares en vano y de falsear la historia en su propio beneficio, que no es nada ambiguo.