La reacción de algunos articulistas y políticos catalanes tras la eclosión de Vox en las elecciones andaluzas me ha hecho recordar la obra de Orwell, notas sobre el nacionalismo, en las que entre otras cosas afirma “Las acciones son tenidas como buenas o malas, no en atención a sus propios méritos, sino de acuerdo a quién las realiza, y prácticamente no hay clase alguna de barbarie cuya calificación moral no cambie cuando es cometida por ‘nuestro’ bando. El nacionalista no sólo no desaprueba las atrocidades cometidas por su propio bando, sino que además tiene una notable capacidad para ni siquiera enterarse de ellas”. Orwell engloba bajo el termino nacionalismo no sólo el nacionalismo ordinario sino cualquier otra emoción totalitaria (fundamentalismo religioso, comunismo etc.).

No voy a defender a Vox, porque ya lo hacen ellos, y porque no comparto bastantes de sus postulados. Sobre todo no me gusta ni su nacionalismo ni su trasfondo de conservadurismo iliberal. Pero denuncio a quienes desde Cataluña se escandalizan de sus propuestas y, en cambio, no lo hacen de los escritos supremacistas y xenófobos de Torra y otros muchos dirigentes catalanes, desde Heribert Barrera a Jordi Pujol, o asisten impasibles al blanqueo por TV3 de asesinos convictos o de sus ideólogos. De quienes califican de inconstitucionales las propuestas políticas de Vox y piden su aislamiento, pero califican de presos políticos a quienes lo son, no por sus ideas, sino por haber pretendido imponerlas sin seguir los procedimientos legalmente establecidos. De quienes piden un cordón sanitario contra Vox pero apoyaron a Trump o pasean orgullosos el apoyo de ultraderechistas europeos.

Desde la izquierda constitucionalista esta doble moral también está muy en boga. Se acepta el voto de Bildu y de los impulsores de un intento de golpe de estado, incluso se quiere pactar con ellos los presupuestos para mantenerse en el poder, pero se rasga las vestiduras por un posible acceso al poder de PP y Ciudadanos con los votos de Vox. Se declaran feministas pero callan ante quienes presentan a diputadas con velo que denuncian el machismo español cuando en la mayoría de países musulmanes las auténticas feministas son perseguidas por exigir sus derechos que pasan, entre otras muchas cosas, por vestir como les plazca, eliminando los signos de dominación machista.

Se han acabado las mayorías absolutas. PSOE, Ciudadanos y PP deberían ser capaces de ponerse de acuerdo en unos mínimos que, sin eliminar las diferencias programáticas, permitan gobiernos constitucionalistas y, sobre todo, gobiernos capaces de resolver los problemas de los ciudadanos sin apriorismos ideológicos. Si no lo hacen no les extrañe que en unos años veamos a Pablo Iglesias de presidente y a Santiago Abascal de ministro del Interior o viceversa. Y si les parece inverosímil pregunten a los italianos.

Y si creen que lo mejor para la democracia es el diálogo con los extremistas y su integración, háganlo. Pueden tener razón. Pero evítennos la doble moral que sólo sirve para socavar la confianza en la política y  da alas al extremismo.