Las elecciones convocadas por la Comunidad de Madrid han puesto en evidencia lo que ya se venía revelando lentamente, que son los réditos políticos que derivan de la polarización entre izquierda y derecha. Y digo entre izquierda y derecha porque, pese a todo, no considero que en este país haya un partido político que podamos considerar “ultra” en el sentido despectivo que tal adjetivo implica, conllevando ello que tuviéramos que hablar de partidos de ultraderecha y ultraizquierda, y sinceramente no creo que debamos movernos en esos términos.

Volviendo con la polarización partidista, cabe preguntarse qué se pretende con ello. Asistimos atónitos al espectáculo ofrecido por el señor Pablo Iglesias la semana pasada cuando se levantó de la mesa de debate en la cadena SER haciéndose el ofendidísimo; muy a destacar, por cierto, el hecho de que mientras Àngels Barceló se fue de su sitio hacia la puerta de salida y cogía al señor Iglesias con las dos manos cariñosamente del brazo llamándole “Pablo”, mandaba callar a la “señora Monasterio” –curiosa diferencia de trato, en cuanto a cercanía/confianza— mientras se refería a las palabras de Rocío Monasterio como “la provocación de la ultraderecha”, para, acto seguido, al darse cuenta de su metedura de pata y de que se le veía el plumero, rectificar y llamar al ex vicepresidente segundo “señor Iglesias” y referirse a la portavoz y candidata de Vox como “señora Monasterio” (vídeo en Youtube recortado por El País para que no se vean estos detalles, pero que en otros medios más objetivos siguen manteniendo íntegro en internet). Fue un golpe de efecto –al puro estilo futbolístico propio del mismísimo Marcelo o Messi—, como si le hubieran roto el ligamento cruzado anterior (que creo que duele un rato) cuan lo que realmente tuvo fue una leve contusión.

Debemos recordar las veces que el señor Pablo Iglesias ha condenado la violencia y las que la ha apoyado. Ha apoyado la violencia de Vallecas; apoyó la comisión de delitos en Cataluña por parte de los representantes que en ese momento había en nuestra comunidad (tan es así, que fue a visitarlos a Lledoners); ha apoyado los actos de vandalismo sufridos en nuestro país a consecuencia de la entrada en prisión de un rapero que había cometido varios delitos que conllevaban pena privativa de libertad; ha apoyado a grupos parlamentarios separatistas en cuyas filas hay condenados por delitos de terrorismo –es más, los sigue apoyando— respecto de los cuales no solo muestra públicamente su apoyo, sino que los elogia.

En cuanto a las condenas que ha manifestado, todas se ciñen a los actos que afectan única y exclusivamente a los que piensan igual que “él”, pues incluso los que pertenecen a su partido, pero no piensan igual que “él”, han visto las consecuencias y es de todos conocido. Además, no me consta que haya condenado actos de violencia ejercidos contra ningún partido demócrata de derecha o de centro derecha.

Si el mensaje a trasladar a la sociedad es el de pleno respeto a la democracia, sinceramente, por más que no estemos de acuerdo con los partidos separatistas ni con los partidos condenados por terrorismo, la violencia ha de ser condenada siempre sea contra quien fuere; de no ser así, todos son muy conscientes de que lo que se está promoviendo es la polarización como directa representación de la confrontación, la conflictividad y la radicalización social. Porque cuando la forma de expresar nuestras diferencias se sustenta en provocar el conflicto, conseguimos el deseado enfrentamiento cuerpo a cuerpo, que es la estrategia a seguir por algunos. Ciertos políticos pretendían con esta estrategia el efecto contrario al que parece se está consiguiendo, porque la sociedad, desde mi punto de vista, va a reaccionar por otras motivaciones. Quienes han perdido su trabajo, el empresario que ha cerrado su negocio, los que durante su vida laboral han estado ahorrando para tener un patrimonio consolidado con el que asegurase una jubilación –que, por cierto, no va a pagarles el Gobierno—, no se van a dejar influir a estas alturas y tras los perjuicios económicos sufridos por estas actitudes de provocar conflicto al estilo de la filosofía de Julio César, Divide et impera.

Debemos volver al diálogo, al respeto, a la integración, a la sana crítica constructiva y al debate de ideas y aparcar las imputaciones delictivas, los actos de violencia y la sobreactuación para inspirar pena.