Los resultados electorales más recientes vienen a confirmar la recuperación de los partidos tradicionales. Así, siglas de ámbito estatal como PSOE y PP, o autonómico como PNV y ERC, han recuperado centralidad en el gobierno del Estado, las comunidades o los ayuntamientos. Por su parte, aquellos proyectos innovadores que parecían destinados a suplir a los tradicionales, andan profundamente desorientados. Es el caso de Ciudadanos, Podemos o Vox a nivel estatal, o de la CUP en el espacio catalán. A su vez, experiencias que parecían destinadas a romper con todos los moldes, como la liderada por Graupera en Barcelona, han cosechado un enorme fracaso.

Todo ello puede llevarnos a dos consideraciones. De una parte, que la política no es tan sencilla como parece. Un partido requiere implantación, programa y organización. Tres ingredientes fundamentales para arraigar y generar confianza en el electorado y, a su vez, para superar coyunturas adversas. Pensar que sin esas características --y especialmente con un sistema electoral como el nuestro-- un líder carismático, con un uso eficiente de las nuevas tecnologías, puede llegar y quedarse resulta bastante ingenuo. Tres rasgos que, a nivel español, se perciben en PSOE y PP pero de las que carece Ciudadanos, Podemos o Vox.

Éstos, partidos surgidos del malestar social, recurriendo a un símil atlético, pueden pasar a la historia por haber ganado una carrera de velocidad pero no una de fondo. Y la política es una interminable carrera en la que, a largo plazo, pesan más las siglas que el líder.

Por otra parte, está la recurrente incapacidad de la intelectualidad. Hace pocos años, la mayor parte de quienes participaban en el debate público anunciaban el final de los partidos tradicionales. Una consideración que se orientaba a todas las formaciones, pero que adquirió su máxima intensidad al dar por finiquitado al PSC. Las hemerotecas e internet dan fe de cómo se llegó a asegurar que el PSC no había entendido el signo de los tiempos y acabaría desapareciendo del mapa político catalán. Una nueva realidad que destacados dirigentes socialistas consideraban que sí había comprendido Artur Mas al protagonizar la conversión de la prudente Convergència al independentismo.

Sin embargo, Convergència puede acabar siendo el único partido tradicional que, pese a sus diversas refundaciones, acabe en la marginalidad política. Sus resultados en las elecciones municipales en Barcelona y su área metropolitana resultaron muy decepcionantes y presagian lo peor. Y ello pese a ser un partido con una extraordinaria implantación, una organización eficiente y un programa definido.