El Parlamento catalán se muestra decidido a poner las cosas en su sitio. Así cabe entender su reciente resolución de indultar a las más de 700 supuestas brujas que fueron quemadas hace algunos siglos. Se considera que lo que impulsó la barbarie, en pleno desvarío misógino, fue la condición femenina de las ajusticiadas. De la misma manera parece evidente que la peor parte se las llevaron aquellas asesinadas por las turbas populares, pues las procesadas por los tribunales de la Inquisición fueron sometidas a procedimientos judiciales y tenían mayores posibilidades de salvar sus vidas.

Un enfrentarse al pasado que me recuerda la reciente revisión del notable tráfico de esclavos que se dió en Cataluña hasta finales del siglo XIX. Durante un siglo protagonizamos una intensa actividad como negreros y, dado lo lucrativo del negocio, las élites locales apuraron al máximo dicho tráfico, aun cuando ya se había erradicado en otros países. Buena muestra de la consideración hacia los negros, es que hasta el año 2000 se exhibió con toda naturalidad un africano embalsamado, conocido como el Negro de Banyoles, en un museo de dicha localidad.

Han sido muchas las consideraciones que ha levantado la reciente resolución del Parlament, al igual que sucedió con las condenas a los negreros, si bien para mí lo más relevante ha sido el descubrir cómo a la ya conocida posición destacada en el tráfico de seres humanos, se le suma una previa y significada afición a quemar mujeres por su supuesta brujería.

Un buen momento para preguntarnos si hemos sido tan civilizados y ejemplares a lo largo de nuestra historia, como sugiere parte del relato nacionalista, y si podemos ir dando lecciones a los demás. Seguramente, de situar los acontecimientos en su contexto, resultará que no somos tan distintos, ni mejores ni peores. Aunque quizás no lo vieran así quienes cantaban aquella canción afrocubana que decía “desde el fondo de un barranco, grita un negro con afán, Dios mío quién fuera blanco, ni que fuera catalán”.