La moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno, en mayo de 2018, supuso un antes y un después en el clima político de Madrid. Así lo expresaba, entonces, en esta columna, sorprendido por la rapidez e intensidad con que emergió una fractura derecha-izquierda, que enrareció y agrietó la capital, que no el conjunto de España. Desde entonces, la política madrileña ha iniciado una senda que, cada vez más, me recuerda el procés catalán. Ello por cinco dinámicas que vienen a coincidir en ambos casos.

En primer lugar, el orgullo del hecho diferencial. En los últimos tiempos, Madrid se ha convertido en la comunidad más dinámica, como lo muestra el crecimiento de su PIB, la acumulación de poder político y económico, y la atracción de profesionales de todos los rincones de España. Son muchas las razones que lo propician, como el propio mérito de los madrileños, la concentración en Madrid de todo el entramado institucional y empresarial resultante del proceso de desregulación y privatización de hace un par de décadas, o las dinámicas propias de la globalización que favorecen la conformación de grandes metrópolis.

En este contexto, la comunidad ha apostado por una liberalización máxima que, acompañada de una reducción impositiva, genera una sensación de mayor bienestar consecuencia de su singularidad y del buen hacer de sus gobernantes. Un discurso que tiende a olvidar que es la comunidad donde más ha crecido el riesgo de exclusión social, o el efecto empobrecedor sobre otras comunidades españolas.

En segundo, la figura del enemigo, singularizado en la figura de Pedro Sánchez, de quien se afirma que en su agenda secreta figura, como máxima prioridad, un cambio de régimen que, por la influencia de Podemos, nos llevará a una especie de república bolivariana. Puede parecer que exagero, pero me limito a reproducir el discurso dominante entre ciertas élites. No tan distinto del que, también personas formadas y educadas hacen suyo en Cataluña al referirse a esa España, que pretende seguir oprimiendo y empobreciendo a los catalanes.

A su vez, la imposibilidad de dialogar. Si en Cataluña se obviaba hablar del procés para evitar enconadas disputas entre familiares o amigos, hoy en Madrid se hace muy difícil dialogar de política con quien piensa de otra manera. 

Finalmente, también cuenta con un icono de la causa, Isabel Díaz Ayuso. Su populismo habitual ha alcanzado niveles difíciles de concebir con motivo de la crisis del Covid-19 en su comunidad, que muestra unos niveles de incidencia del virus como no se dan en ninguna otra ciudad europea. Lejos de asumir su responsabilidad, vuelve a aprender del procés catalán, para entregarse al victimismo frente a quienes, según ella, pretenden confinar la ciudad para perjudicar a los madrileños.

Cataluña siempre ha encontrado en la Península su mercado natural. Suyos eran los productos textiles y las manufacturas. También, en su momento, desde Barcelona se irradió al conjunto de España la modernidad que venía de Europa. Ahora, para no perder la tradición, se exporta el procés.