Este pasado miércoles leía dos noticias tan distintas como similares. De una parte, el ayuntamiento de Premià de Dalt recurría a Desokupa para controlar las ocupaciones ilegales de viviendas mientras, de otra, la Unión Europea mostraba su preocupación por la dependencia ucraniana de los satélites de Elon Musk.

El municipio del Maresme, preocupado por el auge de ocupaciones en la comarca, ha contratado a Desokupa para recibir asesoramiento técnico acerca de los procedimientos para evitar la ocupación y, de producirse, forzar el desalojo de los intrusos. El gobierno municipal argumenta que ha recurrido a esta alternativa dada la absoluta indefensión ciudadana ante el okupa, y tiene su razón. La empresa, que acumula más de 7.000 actuaciones desde 2016, se basa en la contundencia de sus profesionales que, al límite de lo legal, acaban por aburrir y atemorizar al intruso, hasta alcanzar un acuerdo.

Por su parte, el servicio de internet al ejército ucraniano lo suministra el multimillonario estadounidense, que anunció su imposibilidad de seguir ofreciéndolo de manera gratuita. La tradicional frivolidad del magnate que, recientemente, también recomendó al gobierno ucraniano la cesión de Crimea a los rusos, ha causado preocupación en el gobierno de Zelenski y entre los Veintisiete, que se reunieron de urgencia para analizar cómo sufragar dichos servicios de internet.

Ambas noticias resultan distantes, pero son paradigmáticas de la fragilidad y desorientación de los poderes públicos. Cerca nuestro, se muestran incapaces por garantizar la inviolabilidad de la vivienda a sus legítimos propietarios, para lo que recurren a unos servicios privados que suplantan a poderes tan fundamentales como la justicia y el orden público. De otra, la Unión Europea, la región de mayor riqueza y prosperidad del mundo, anda preocupada por cómo garantizar internet al ejército ucraniano, sin depender de las veleidades de un multimillonario.

Dos hechos sorprendentes que no han tenido mayor repercusión, acostumbrados a asumir como normal lo que, no hace tanto, hubiera resultado un escándalo. Una legitimación de lo inaudito propia de un final de época. En eso estamos.