Esta semana la Comunidad de Madrid y Glovo han acordado colaborar para repartir comida a domicilio a las personas más vulnerables. El acuerdo se ha presentado como muestra de la sensibilidad social compartida por la Comunidad y la compañía de riders, que realizará dicho reparto de forma gratuita. Las reacciones desde la oposición no se han hecho esperar, especialmente desde Más Madrid con argumentos como “quiere colar por la puerta de atrás el buque insignia de la precariedad laboral…” o “…se pretende que trabajadores ultra precarizados repartan comida a familias vulnerables”.

Estamos ante un nuevo y paradigmático episodio del lamentable momento que vivimos: resulta que en la Comunidad más rica de España abunda, y mucho, la pobreza radical, la de quien no tiene nada que llevarse a la boca y ni tan siquiera, por enfermedad o vejez, dispone de la mínimas fuerzas para salir del miserable habitáculo en el que malvive en soledad. A su vez, no menos inverosímil, dicha administración pública depende de la voluntad de una empresa privada para entregar comida a las personas más desfavorecidas.

Y estamos, también, ante una excelente muestra del recurso sistemático de no pocas compañías a la responsabilidad social corporativa, como mecanismo para proyectar una imagen de sensibilidad y compromiso con la sociedad. Unas prácticas que cuentan con la legitimación académica de las influyentes business schools globales, que señalan que, bien articuladas, pueden contribuir al mayor bienestar de la sociedad en su conjunto.

Una voluntad loable, que tiende a olvidar que la mejor manera de que dispone el mundo económico para contribuir al bien común es generar empleo decente, aquel de carácter estable y bien remunerado, y atender sus obligaciones fiscales, obviando cualquier práctica de elusión fiscal que les facilite el muy menor pago de impuestos dentro de la legalidad internacional. Afortunadamente, una clara mayoría de empresas responden a este perfil, pero no son pocas, especialmente en el ámbito financiero y digital, las que ven el mundo de otra manera y aprovechan cualquier resquicio para ir a la suya sin miramientos.

A menudo son precisamente estas compañías las que recurren a prácticas de responsabilidad social, a las que destinan una parte ínfima de sus resultados para, de la mano de una eficiente política de comunicación, dar a conocer a bombo y platillo su supuesta sensibilidad social. Unas prácticas articuladas sobre una dosis de cinismo que, en sus inicios, pueden engatusar al ciudadano pero que, a largo plazo, acaban por deslegitimar aún más a dichas compañías y, por desgracia e injustamente, al conjunto del mundo empresarial.

El capitalismo, bien gobernado, es el mejor sistema conocido para generar riqueza y justicia social. Hoy, lamentablemente, no sólo se manifiestan muchas carencias en su regulación, sino que demasiadas corporaciones aprovechan dichas fisuras para forrarse y deslegitimar el sistema. Y, además, pretenden vender sensibilidad con sus políticas de responsabilidad social. Lo que faltaba.