Las encuestas más recientes, en concreto la publicada por La Vanguardia el pasado domingo, confirman la impresión de que en Cataluña se da una manifiesta corriente de fondo a favor de la moderación. Así, se observa cómo, en su medida, votantes de Junts se desplazan a Esquerra, algunos que optaron por Vox consideran votar ahora al PP, mientras el descenso de la CUP parece absorberlo Podem. A su vez, un 80% de los ciudadanos rechazan la alternativa de una salida unilateral al conflicto territorial.

Una buena noticia que, además, nos alcanza saliendo de la crisis sanitaria y en una coyuntura en que la prioridad, para todo el mundo, es recomponer los destrozos del coronavirus y posicionarse en el contexto post pandemia. Así las cosas, Cataluña se halla en posición de recuperar presencia y pujanza perdida durante los años de procés.

Sin embargo, esa moderación ciudadana, e incluso la apuesta de buena parte del independentismo por el pragmatismo, se ve regularmente saboteada por la detonación retardada e imprevisible de actuaciones y actitudes que, como si fuera un campo de minas, aún siguen latentes y pueden activarse en cualquier momento. Me refiero a un sinfín de acontecimientos que deterioran la percepción del país y debilitan su dinamismo como, por ejemplo, el esperpéntico debate acerca de la ampliación del aeropuerto, consecuencia de una absurda dinámica política que, de hace años, ha venido, y viene, arrasando con el buen hacer institucional. Una manera de proceder que, me temo, acabará por afectar también a la candidatura para los Juegos Olímpicos de invierno. A su vez, esta misma semana la frágil estabilidad se ha visto sacudida por la reaparición de Puigdemont en la escena pública  o por el descontrol de los macrobotellones en Barcelona. Y lo que estará por venir.

Mientras, todo ello imposibilita que las empresas que se fueron en los momentos más complejos del procés, consideren el retornar. O estimula una tendencia de efectos muy negativos a medio plazo: el pasar de ser tierra de atracción de los mejores de toda España, a ver cómo cada vez son más aquellos catalanes dinámicos y emprendedores que se mudan a Madrid o, a medida que superemos la pandemia, también al extranjero. Sería muy triste que esta moderación ciudadana no sirviera para nada. Y vamos camino de ello.