Recientemente, diversos medios han denunciado con gran contundencia las condiciones laborales de jóvenes empleados de consultoras, bancos de inversión y otras compañías de servicios. Personas universitarias que afrontan jornadas semanales de entre 60 y 80 horas, con unos salarios muy por debajo de los que les corresponderían.

Estos jóvenes, parte de ellos atraídos por las extraordinarias remuneraciones de quienes alcanzan las cúpulas directivas, se inician en el mundo laboral conociendo desde el primer momento una innecesaria agresividad en su día a día y una competencia abierta entre los propios compañeros para ascender. Y lo más determinante, asumiendo el ganar más dinero como fin último de la vida. Una dinámica que enriquece a unos cuantos y que, de manera creciente, trastorna a no pocos, como bien refleja el aumento de patologías psíquicas asociadas al estrés laboral entre los más jóvenes.

No es de extrañar que quien, desde sus poco más de 20 años, transita y triunfa por una jungla de cuello blanco, reproduzca los comportamientos que ha percibido a lo largo de su trayectoria profesional cuando accede a posiciones directivas. Además, cuando uno trabaja entre 60 y 80 horas semanales, difícilmente entenderá lo que sucede más allá de su oficina.

Una dinámica que, en buena medida, me recuerda la que se da en el mundo político, en que la mayoría de los cargos provienen de las juventudes de los partidos. Personas que sólo conocen la política, que no han vivido más que la tensión del partido y, muy a menudo, la radicalidad y enfrentamiento con el otro como norma de conducta. Así, cuando asumen puestos de responsabilidad tienden a carecer de aquella empatía necesaria para alcanzar acuerdos con quien piensa distinto o, incluso, con quien, en el propio partido, no pertenece a su misma corriente.

Tendemos a pensar que los políticos viven en un mundo aparte y a atribuirles toda la responsabilidad del arraigado malestar social y deterioro laboral. No lo dudo. Pero, quizás, la política sea un reflejo de un mal mucho más profundo. Y más difícil de erradicar.