Viendo venir que Putin cortará el suministro de gas, una vez ya ha orientado sus exportaciones energéticas a otros mercados y no depende tanto de nuestras compras, la Unión Europea está empezando a contemplar diversas alternativas para reducir el consumo y la dependencia del gas ruso. Entre dichas actuaciones, se considera la limitación de la temperatura en los edificios públicos y la recomendación de hacer lo mismo en el ámbito privado.

Así, se está contemplando la posibilidad de no calefactar los edificios en invierno por encima de los 19º y de no disminuir su temperatura por debajo de los 25º en verano. En resumen, la climatización nos situaría entre los 19º y los 25º a lo largo del año. Ello representa llevar una chaquetilla en invierno y asumir un par más de grados en los meses estivales, en aquellos inmuebles que disponen de aire acondicionado, que son una minoría; en el resto de viviendas se seguirán asando. Una propuesta razonable y asumible que, sin embargo, se tiende a calificar de un “sacrificio” que ha de soportar la población europea como consecuencia de la guerra de Ucrania.

Considerar un sacrificio este límite a la climatización es, a la vez que una memez, una enorme falta de respeto a muchos ciudadanos y una muestra paradigmática de cómo andamos de valores. La gran mayoría de ciudadanos españoles no disponen de aire acondicionado en sus domicilios y no trabajan en espacios cerrados climatizados. Y al precio que se mueve la energía dudo que pusieran su termostato por encima de los 19º en invierno.

Acerca de los valores, los europeos andamos muy satisfechos de nuestra respuesta a la agresión rusa y de cómo se consolida nuestro proyecto común. Nuevamente, el miedo a un enemigo externo sirve para reforzarnos. Ya en sus orígenes, tras la II Guerra Mundial, la Comunidad Económica Europea nació no tanto por la conciencia del desastre al que nos había conducido nuestra insensatez como por el pavor ante el posible avance del comunismo soviético. De ahí, el apostar por unas sociedades cohesionadas e igualitarias, que no tuvieran la mínima tentación de abrazar opciones radicales. Fue caer el comunismo y, ya sin enemigo a la vista, una visión individualista y un mal entendido liberalismo acabó por imponerse; llevándose por delante ese sustento moral que alimentó las mejores décadas del mundo occidental. Sin ese sustento, no es de extrañar que vivir entre 19º y 25º se perciba como un sacrificio.