Aunque resulte especialmente difícil en la coyuntura futbolística actual, imaginemos por un momento que el Barça se acomoda en la parte media de la liga española, moviéndose entre la novena y la undécima posición. Es de suponer que se generaría un malestar extraordinario, pues ningún culé, ni en la peor de las pesadillas, puede imaginar que su equipo no alcance el título o, por lo menos, sea candidato a conseguirlo hasta las últimas jornadas de la Liga.

Creo que el símil futbolístico resulta muy atinado para aproximarnos a la dinámica económica reciente de Cataluña y, especialmente, a cómo ésta es valorada desde el poder político e institucional.

Ningún indicador de los muchos que se utilizan, muestra un deterioro contundente de la economía catalana, pero todos vienen a reflejar una tendencia a la mediocridad, desde la evolución de las exportaciones, del consumo, del PIB, del turismo de negocios, o del empleo, entre otras muchas estadísticas. Ello, al compararnos con el resto de Comunidades Autónomas y con el conjunto del Estado, nos lleva a situarnos, como norma, en la media española, pero por detrás de diversas Comunidades. Lejos de inquietar, se tiende a valorar como positivo el hecho de superar los resultados del conjunto de España.

Sin embargo, esta realidad debería ser motivo de gran preocupación, pues nuestra actitud natural ha sido, tradicionalmente, la de aspirar a una posición de liderazgo, y no a asumir como natural el difuminarnos en medio del pelotón. Pero aún más preocupante resulta que, de no cambiar rápidamente actitudes colectivas, fácilmente podemos consolidarnos en una medianía de la que podemos no salir.

A lo largo de muchas décadas, Cataluña ha acumulado una riqueza que se sigue percibiendo, y se ha caracterizado por un dinamismo cuya inercia puede disimular las carencias de nuestros días. Ese pasado también contribuye a estimular un concepto de autoestima que lleva a negar la posibilidad, real, de deteriorar nuestro progreso y posición en el mundo.

Como resulta imposible que, unos y otros, nos pongamos de acuerdo en la interpretación de los muchos indicadores económicos, nuestro proyecto de futuro debería empezar por compartir que la economía catalana aún conserva todos los activos para liderar no ya la española sino, también, la de la Europa mediterránea.

Recuperar posiciones depende de nosotros, de las políticas públicas y de las iniciativas empresariales. No es nada sencillo pero, de no hacerlo, y aunque a muchos les cueste creerlo, Cataluña irá perdiendo presencia y bienestar. La historia es una sucesión de auges y caídas, de imperios, países y ciudades. Nada es eterno y las herencias no perduran por siempre.