De hace un tiempo, el sentimiento que más percibo en Cataluña es la resignación. La de la mayoría de los independentistas, que ven imposible salir de España. Y la de los constitucionalistas, que asumen con naturalidad como el procés se va convirtiendo en endémico. Mientras, todos, partidarios o contrarios a la independencia, coinciden en que las cosas no van bien, e irán a peor, especialmente tras una crisis sanitaria que amenaza con llevarnos a un hundimiento económico y social jamás visto. Una resignación que, más allá del Covid-19, propició la mayor abstención en unas elecciones autonómicas.

Una cita con las urnas que llegó tras una campaña en que la economía fue la gran ausente. Y transcurrida una semana, sigue inexistente en el discurso de quienes acabarán por conformar gobierno. Como si estuviéramos instalados en la más plácida de las coyunturas y la única preocupación ciudadana fuera el conflicto territorial.

Por el contrario, en los tiempos inmediatos la economía deberá afrontar un triple y extraordinario reto. En primer lugar, al igual que prácticamente todo el mundo, la prioridad es recuperar el crecimiento y recomponer los destrozos del Covid-19. Una necesidad especialmente apremiante en los países más afectados por el desplome del sector turismo, como es el caso de España en general y, en especial, Cataluña, una de las comunidades donde más ha caído el PIB en 2021.

A su vez, en el caso catalán, apremia recuperar ese pulso económico que se nos ha debilitado con los años de procés, y que tuvo en la salida de miles de sedes empresariales su muestra más paradigmática. Hoy ya pocos dudan que la última década está pasando factura, y que Cataluña ha dejado de ser aquella comunidad de referencia, atractiva, de la que surgían iniciativas ambiciosas, y en la que había que estar.

Finalmente, estamos en un momento de intensa y acelerada transformación. La transición verde y la digitalización, ejes del fondo europeo next generation, señalan un nuevo modelo productivo, al que solo nos incorporaremos si combinamos ambición privada y buenas políticas públicas. De alguna manera, se trata de no dejar pasar el tren pues, de lo contrario, nos iremos sumiendo en una economía de menor valor añadido.

En este triple reto, la Generalitat debe actuar con criterio y urgencia. Y no se trata tanto de disponer de recursos económicos, como de garantizar estabilidad política, generar confianza, y acompañar al sector privado. Es decir, lo contrario de lo que venimos viviendo y de lo que, todo apunta, seguiremos soportando. En resumen, inmersos en una crisis descomunal, y con el añadido de la desorientación política, se dan todos los ingredientes para que la resignación acabe dando paso a la explosión descontrolada del malestar, de unos y otros.