Esta semana leía Vida contemplativa del filósofo Bruno-Chul Han. Desconocía al pensador surcoreano afincado en Alemania, pero el titulo me resultó sugerente. Entre las numerosas referencias del libro me llamaba especialmente la atención su “…Nietzsche constata que en ninguna otra época han cotizado más alto los “activos”, los “desasosegados”, y que por ello nuestra civilización cae en una “nueva barbarie…” Hay que reconocer el mérito del filósofo alemán que ya percibió, con décadas de antelación, lo peor del siglo XX y el por qué más profundo de esa deriva tan trágica.

Hoy, la reflexión que angustiaba a Nietzsche sigue plenamente vigente, es tan sólo cuestión de observar la vida de nuestros líderes políticos, entregados voluntariamente a un vacuo y constante no parar, a un incesante ir y venir, sin el mínimo receso para detenerse, contemplar y pensar. Y lo mismo sucede en todos los ámbitos, de manera muy preocupante en el mundo del dinero.

Acabamos de comprobarlo con el hundimiento de Silicon Valley Bank, Credit Suisse, y lo que va viniendo. Si sus máximos dirigentes se hubieran detenido a reflexionar sosegadamente y a escuchar a unos y otros, no hubieran emprendido esa deriva alocada hacia el máximo beneficio a cualquier coste; unas prácticas radicalmente alejadas del buen hacer del banquero tradicional. Además, su contraproducente hiperactividad se ve reforzada por esa especie de taumaturgia asociada al dinero.

Lo vengo observando de manera creciente: determinada tipología de ricos se cree con autoridad para todo. No sólo para influir en la legislación que mejor favorezca sus intereses, también para sentar cátedra en la política, la cultura o cualquier ámbito social. No me refiero a ese empresario arraigado y comprometido, que tanto abunda entre nuestras pymes, sino a esa amalgama de individuos que, habiéndose enriquecido rápidamente, quieren imponer su visión simplista de lo humano y la vida en sociedad, y lo consiguen, dejando muy poco margen para una política cada vez más incapaz y desorientada.

Se afirmaba que la crisis de 2007 nos obligaría a repensar cómo reconducir la globalización y la revolución tecnológica. Nada de nada. Recientemente, se aseveraba que la pandemia serviría para humanizarnos y reconocernos unos a otros. En absoluto, todo ha vuelto rápidamente a su sitio; veamos cómo aquellos trabajos esenciales que nos salvaron en los peores meses de nuestra historia vuelven a ser considerados ocupación de bajo valor añadido.

De momento, los “activos” y “desasosegados” siguen extremadamente cotizados. Veremos si también vamos camino de una nueva barbarie.