Cerca de iniciar la revisión del modelo de financiación autonómica, se perciben algunos movimientos sorprendentes. Así, presidentes de comunidades empiezan a moverse, alejándose de la tradicional dinámica de servitud a las directrices que emanan de los grandes partidos.

Desde hace unas semanas, son recurrentes los encuentros entre presidentes cuya sintonía procede más de los intereses comunes que de las siglas del partido que representan. Entre ellos, destacan el socialista valenciano Ximo Puig y el popular gallego Alberto Núñez Feijóo, que se abren a coordinar posiciones comunes con comunidades de distinto signo político. Una excelente noticia y una bocanada de aire fresco en este contexto de desapego ciudadano y desplome institucional. Una dinámica que refleja el ya indiscutible arraigo del modelo autonómico y la creciente madurez de quienes lo representan, al entender que se deben a los intereses de sus ciudadanos y no a la voluntad uniformadora que procede de Ferraz o Génova.

De alguna manera, y por la vía de los hechos, los presidentes están institucionalizando el modelo autonómico ante la inutilidad del Senado como espacio natural de la España autonómica. Una Cámara cuyo sentido debería ser el recoger las sensibilidades territoriales, fomentar la cooperación entre comunidades y conducir de manera reglada las diferencias entre ellas.

Unos movimientos que han puesto nerviosos a los grandes partidos, cada vez menos acostumbrados a las diferencias internas, especialmente desde que las primarias facilitan que quien sale ganador hace y deshace a su antojo. Ahora empiezan a encontrarse con que las autonomías se han convertido en sujeto político con vida propia y, debiéndose a sus ciudadanos, no están por la labor tradicional de acatar las órdenes de los aparatos del partido.

Una buena manera de afrontar la indispensable y compleja revisión del modelo de financiación autonómica. Una reforma fundamental para todas las comunidades y, también, para Cataluña, cuyo gobierno ha renunciado a participar en los debates. Un nuevo desaire al resto de comunidades y, también, a una gran parte de los ciudadanos catalanes. Vamos bien.