En un momento de tamaño caos como el que vivimos, se agolpan los temas sobre los que escribir unas líneas. Me permito unos apuntes sobre algunos que me han venido a la cabeza esta semana.

Polonia. Ahora entendemos a los polacos, que no exageraban cuando alertaban del peligro de una Rusia renacida. Durante muchos años les hemos acusado de una injustificada rusofobia, de no saber entender que en 1989 quedó enterrada para siempre la dictadura soviética, de vivir con miedo a un enemigo inexistente. Pero el peligro no era un nuevo Stalin, sino el imperecedero sueño de una gran y eterna Rusia.

Literatura y ensayo ruso. Leía esta semana una consideración muy interesante, la enorme diferencia entre la Rusia literaria y la del ensayo histórico. La novela rusa ha seducido a generaciones de occidentales, especialmente por esa singular capacidad de adentrarse en el ser humano, lo que le da vigencia en todo lugar y momento (por cierto, Oblómov es buena muestra de dicha maestría). Por el contrario, el ensayo histórico produce un efecto radicalmente opuesto, la Rusia inacabablemente trágica e inmisericorde con sus ciudadanos.

La utopía. Ya son muchas las voces sensatas que señalan que la globalización, tal como la conocemos, ha acabado. Veremos cómo se reconduce, pero todo apunta a que los estados, o la Unión Europea en algunos casos, recuperarán viejas capacidades cedidas al libre hacer de los mercados globales. El fin de una utopía que se sustentaba en suponer que la mera supresión de fronteras eliminaría conflictos y nos llevaría a un mundo mejor.

La fragilidad. Resulta que somos mucho más frágiles de lo que pensábamos. En pocos años, hemos visto cómo ha aumentado el número de países que viven bajo regímenes autoritarios, cómo se han fracturado las democracias, y cómo se han multiplicado los conflictos geopolíticos y las guerras. Y, también, cómo de frágiles somos los humanos, como muestra con toda crudeza la eclosión de patologías psíquicas que, todo señala, irán claramente en aumento.

La educación. Vengo escuchando a personas ilustres y sensatas que se ven sorprendidas por la ligereza y banalidad en las argumentaciones de líderes políticos y de instituciones privadas. Con dicha superficialidad, dicen, resulta imposible que entiendan un momento tan enrevesado. Me pregunto si no será consecuencia de que, desde hace ya tiempo, se ha primado adquirir conocimientos prácticos y no el conformar una base intelectual que facilite entender la complejidad del mundo y de quienes lo habitamos. Seguramente, hace tres décadas se optó por la educación más apropiada para moverse en un mundo que, se creía, sería plano y sin conflictos. De ahí el enorme éxito de las business schools.