El Gobierno catalán ha amenazado a su homónimo español con el fin del diálogo caso de no formalizar la candidatura a los Juegos Olímpicos de Invierno 2030. Según señalan, la indignación es enorme ante la falta de decisión del Gobierno de Pedro Sánchez para, llegado el caso, dejar al margen a Aragón y comprometerse decididamente por la opción exclusivamente catalana.

En este lamentable asunto, convendría empezar por recordar cómo en enero de 2010, el nacionalismo reaccionó con estupor y menosprecio al anuncio del entonces alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, de aspirar a los Juegos. Sólo al cabo de los años, y a medida que la política se sentía cada vez más huérfana de ideas para revitalizar el país, parte del nacionalismo se agarró a la idea de los Juegos.

A partir de ese momento, el esperpento ha resultado monumental. Las contradicciones entre las diversas corrientes independentistas han sido continuas; acompañadas, a menudo, de un notable desdén hacia la comunidad aragonesa. Así, la última ocurrencia de diseñar una votación para que las comarcas pirenaicas decidan acerca de los Juegos no hace más que añadir más confusión; además, es una clara dejación de funciones, revestida de ejercicio de democracia plena. Es al Gobierno a quien corresponde oír a las partes y decidir en nombre de todos.

Si realmente queríamos los Juegos, se trataba de liderar la candidatura de manera natural, desde la amabilidad y la búsqueda de consensos. Por contra, nuestro nacionalismo ha generado un enorme desconcierto, moviéndose incesantemente entre rechazar o apoyar la candidatura. Y lejos de la empatía, se ha hecho sentir al vecino aragonés como el convidado de piedra; obviando, a menudo, que la candidatura debía articularse a través del Comité Olímpico Español.

Tras años sumidos en esta dinámica, hace ya un tiempo que el presidente aragonés, Javier Lambán, se ha sumado impetuosamente a este sinfín de insensateces. Su actitud aleja un acuerdo que, por momentos, parecía factible. El caos, a uno y otro lado del Ebro, es ya total y los Juegos se ven cada vez más lejos.

Retornando a Cataluña, en caso de descarrilar definitivamente la candidatura, todo apunta a que desde el gobierno se responsabilizará del fracaso al Estado español. Una nueva escenificación de agravio con que disimular y no asumir las consecuencias de nuestros propios actos. Nos pasa demasiado a menudo.