Lo que era previsible se hace cada día más evidente. La independencia de Cataluña, de hacerse realidad, lejos de llevarnos al paraíso en la tierra publicitado para captar voluntades, nos abocaría a una distopía en toda regla. Conviene argumentarlo y difundirlo como forma de evitar que se produzca.

El éxito del relato secesionista se basa en imponer a la sociedad catalana una creencia ficticia. Para ello es necesario el control de la información y la formación y una realidad sumisa, sin notas discordantes.

La ficción secesionista parte de rehacer la historia a su gusto y vender un futuro esplendoroso de democracia y bienestar económico. Todo ello con un trasfondo supremacista y victimista. Para conseguir sus objetivos el secesionismo se apropia la representación del conjunto de Cataluña, "un sol poble" y para ello deshumaniza a los opositores, recuérdense los escritos de Torra y otros. Su discurso se ha ido construyendo sin oposición durante cuarenta años. Ahora necesita bloquear cualquier contestación a su relato para mantener su supremacía. De ahí sus reacción virulenta ante el despertar de la disidencia interna y cualquier intento de poner al descubierto sus falsedades y trasfondo antidemocrático.

No voy a insistir sobre las tergiversaciones históricas. Baste con recordar la conversión de la Guerra de Sucesión en Guerra de Secesión, las incipientes referencias ala Guerra Civil como guerra de España como Cataluña o la negación de la destacada participación de la derecha catalana, muchos antepasados de los actuales dirigentes secesionistas, en el bando de Franco.

Si creo imprescindible señalar que la deriva actual de la Generalitat, apoyo a los CDR, policía política, propuestas de acabar con cualquier atisbo de independencia judicial en caso de secesión, amenazas de expulsión de los disidentes, veleidades expansionistas, presagian un gobierno autoritario en caso de independencia. Más si tenemos en cuenta que la situación económica, que ya se ve afectada por el procés, sería especialmente difícil en caso de concretarse la independencia.

Con problemas económicos, con una disidencia interna importante, enfrentados a España y sin reconocimiento internacional, el nuevo Estado, para sostenerse, tendría que apoyarse en una represión indiscriminada, fomentando la salida de Cataluña de los disidentes como válvula de escape a la presión interna, al estilo de otros países con circunstancias parecidas. Todo ello conllevaría un riesgo cierto de guerra civil.

No creo exagerar. Si no teniendo todo el poder actúan como lo hacen, no es difícil imaginar lo que sería si lo tuvieran. El paraíso publicitado se convertiría en un infierno.

A los que declarándose no secesionistas, víctimas del síndrome de Estocolmo, piden que no se plante cara al secesionismo en todos los frentes, por una mal entendida apelación al dialogo y al apaciguamiento, les diría que la táctica del contentamiento, la renuncia a la batalla ideológica y el silencio de los no nacionalistas en Cataluña, son la causa directa de lo que estamos viviendo. Ya decía al principio que además de una creencia ficticia se necesita una realidad sumisa para el éxito del relato secesionista. Revertir cuarenta años de agitación y propaganda no va a ser tarea fácil.

La situación actual exige no caer en provocaciones, condenar con total dureza cualquier atisbo de violencia, no como los secesionistas que denuncian la de los demás pero nunca la propia, pero no retroceder ni un milímetro en la denuncia de sus políticas y de sus excesos. Se acabó la sumisión de los no nacionalistas.

El secesionismo ha cruzado el Rubicón y no va a cambiar por decisión propia. Cualquier concesión sólo será entendida como un signo de debilidad y una forma de reforzar su poder. Hay suficientes elementos para saber cómo acabara la historia si los secesionistas consiguen su objetivo. Los catalanes deben saberlo y el Gobierno español debe actuar para evitarlo.

Desde el Gobierno, a pesar de las vacilaciones y contradicciones derivadas de su debilidad parlamentaria, se han dado algunos pasos en la buena dirección. Destaco la petición de Sánchez a Torra para que abra el dialogo interno en Cataluña y reconozca la pluralidad de la sociedad catalana, o la postura de Borrell en el ámbito internacional. Pero el PSC continua con su obsesión de equidistancia, lo que le lleva a patrocinar la sumisión de los disidentes, que no es otra cosa que entreguismo al nacionalismo. No es de recibo situar en el mismo plano el acoso de los CDR o la ocupación partidista de la vía pública con la contestación insumisa a la pretensión secesionista de que las instituciones y la calle son suyas.

La resistencia al nacionalismo debe seguir trabajando en desmontar las creencias ficticias y en mostrar una realidad insumisa que ponga en evidencia la no conformidad de muchos catalanes con las pretensiones secesionistas y la actuación del Govern. A titulo de ejemplo, exigiendo el cumplimiento de las sentencias lingüísticas, denunciando la apropiación partidista del espacio público, el fomento desde el poder de los CDR, la criminalización de la oposición, la pretensión de convertir a los Mossos en una policía política o la utilización grosera de TV3 y de las aulas como centros de adoctrinamiento. Y explicando a la sociedad catalana que la utopía secesionista, de concretarse, nos abocaría a una distopía en toda regla, y que, aunque no logren su objetivo, la prolongación del procés tendrá un coste muy elevado para el conjunto de los catalanes, incluidos los independentistas, salvo para los militantes del régimen y su red clientelar. Que, para desgracia de los demás catalanes, son cada día más numerosos y parasitarios.

Se trata en definitiva de mostrar a los catalanes que han sido encandilados por el relato secesionista pero que mantienen algo de independencia de criterio --ya sabemos que los abducidos seguirán fieles a su religión-- que la independencia no es que no sea posible, sino que no es deseable pues no sirve para afrontar los retos del mundo actual y nos conduce a la confrontación y la decadencia económica. Conseguido este objetivo, que se concreta en un gobierno no secesionista en Cataluña, será el momento de dialogar sobre qué modelo de Estado es el que mejor garantiza los derechos y el bienestar de los catalanes. Ceder ante los secesionistas es un esfuerzo inútil y contraproducente.