Ni la Presidencia de la Generalitat podía haber caído tan bajo, ni su titular actual, Quim Torra, podía soñar con llegar tan arriba. Ni en la más ilusoria de sus ensoñaciones patrióticas Torra podía haber soñado con llegar a presidir algún día el Gobierno de Cataluña. Fue elegido para el mismo por simple descarte, como último recurso, en una repetición, a peor, de lo ya sucedido con su antecesor inmediato en el cargo, Carles Puigdemont, designado por Artur Mas tras su obligada renuncia a causa del veto de las CUP y después de varios desistimientos de otros parlamentarios a los que se les ofreció la Presidencia de la Generalitat.

En la larga historia de la Generalitat --que no en la de su supuesto e irreal antecedente histórico de la Diputación del General, que funcionó solo entre los siglos XIV y XVII y que fue siempre presidida por clérigos--, no había habido ni un solo presidente sin alguna experiencia política previa. Ni en los tiempos de la República, con Francesc Macià y Lluís Companys, ni en el largo periodo del exilio, con Josep Irla y Josep Tarradellas, y tampoco desde su restablecimiento en plena transición de la dictadura franquista a la democracia, primero con el regreso de Tarradellas y luego con Jordi Pujol, Pasqual Maragall, José Montilla, Artur Mas e incluso Carles Puigdemont. Todos ellos llegaron a la Presidencia de la Generalitat con una dilatada experiencia política previa, en la clandestinidad o ya en libertad, y en no pocas ocasiones también con experiencia en gestión de instituciones públicas.

Quim Torra es la única excepción que confirma la regla: tras licenciarse en Derecho trabajó como directivo en la aseguradora Winterthur entre 1987 y 2007, hasta que fue despedido cuando la empresa suiza fue adquirida por AXA. Fundó entonces su propia editorial, A Contra Vent, especializada sobre todo en la recuperación del periodo de la historia catalana reciente en el que de alguna manera vive instalado en un permanente bucle melancólico: los años 30 del siglo pasado y el exilio posterior. De ahí nacen sus principales referentes y mitos: Daniel Cardona, xenófobo fundador de Nosaltres Sols como intento de traslación a Cataluña del Sinn Féin irlandés, y en especial los fascistoides Josep Dencàs y Miquel Badia. Con referentes como estos, nada tiene de sorprendente que Torra, y con él su esposa y sus hijos, forme parte desde su fundación de los autoproclamados Comités de Defensa de la República, los tristemente célebres CDR.

Militante fugaz y crítico de la democristiana UDC y más tarde de la escisión por la derecha de ERC, Reagrupament --que luego pasó a asociarse con CDC--, su actividad profesional como editor le dio cierta notoriedad en el secesionismo y pasó a ocupar cargos directivos en las dos grandes asociaciones civiles del movimiento independentista, la ANC y Òmnium Cultural, del que llegó a ser presidente. Aupado por el entonces alcalde convergente de Barcelona, Xavier Trias, a la dirección del Born Centre Cultural como espacio mítico del separatismo, fue cesado en el cargo por la alcaldesa Ada Colau y encontró nuevo acomodo como director de un extraño think tank creado por el Gobierno de la Generalitat, el Centro de Estudios de Temas Contemporáneos.

En las elecciones autonómicas celebradas el 21 de diciembre de 2017 por convocatoria del presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, en virtud de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, Quim Torra llegó como diputado al Parlamento de Cataluña, como undécimo candidato de la coalición JxCat, montada y liderada por el presidente Carles Puigdemont, huido ya por entonces a Bélgica. Por carambola, tras los repetidos y sucesivos vetos del juez Llarena a las candidaturas de otros diputados imputados y en prisión, Quim Torra fue elegido presidente de la Generalitat el pasado 14 de mayo, con 66 votos a favor, 65 en contra y 4 abstenciones. Una muy exigua minoría, por debajo de la mayoría absoluta y, de nuevo, condicionada al apoyo de las CUP.

Han pasado casi cinco meses del acceso de Quim Torra a la Presidencia de la Generalitat. Nada se sabe de su labor de gobierno, nada tampoco de la gestión de las amplísimas y muy importantes competencias que el Gobierno de Torra tiene en sectores tan decisivos como la educación y la sanidad, la seguridad pública, los medios de comunicación públicos, el medio ambiente, las obras públicas, las ayudas a la dependencia... Nada de nada, excepto los viajes constantes del presidente Torra a Waterloo, a recibir instrucciones y órdenes de Carles Puigdemont. Solo gesticulaciones más o menos simbólicas pero sin ningún contenido práctico, promociones de la ratafía y de los “cargols a la llauna”, asistencia y presidencia de fiestas mayores y patronales de algunos municipios --nunca de los de mayor tamaño, jamás en el área metropolitana de Barcelona-- y sobre todo mucha agitación verbal, mucha inflamación del relato, probado ya como irreal e inconsistente, de un “proceso de transición nacional” que, como ha narrado con gran rigor y excelente documentación la directora adjunta de La Vanguardia, Lola García, en El naufragio. La deconstrucción del sueño independentista, ya ha naufragado.

Con el Parlamento catalán inactivo durante más de tres meses por imposición y voluntad exclusiva de la mayoría independentista, después de las violentas escenas vividas en la ciudad de Barcelona y en muchas otras poblaciones catalanas con motivo de la conmemoración del aniversario del ilegal referéndum de autodeterminación del 1 de octubre de 2017, y tras la constatación pública de la grave fractura existente en el seno del movimiento secesionista que se hizo aún más patente en la suspensión del primer pleno parlamentario a causa de las disensiones entre JxCat y ERC, el naufragio del separatismo es evidente. Entre otras razones, porque “contra Rajoy vivían mejor”, y se les hace cada vez más costoso y difícil mantener a machamartillo su discurso frente al talante dialogante y negociador del Gobierno socialista de Pedro Sánchez, con importantes acuerdos y avances ya alcanzados.

El gran y principal responsable de este naufragio es, sin duda alguna, el propio Quim Torra. Un Quim Torra que siempre ha sido, es y probablemente está empeñado en ser solo un activista. De ahí sus monumentales errores políticos, repetidos una y otra vez. Errores como los de estimular a sus amigos y colegas de los CDR a “meter presión”, sin atrevirse siquiera a criticar, denunciar o desautorizar sus acciones más violentas --desde la irrupción a mamporrazo limpio en la dispersión de la inoportuna y oportunista manifestación de Jusapol hasta los bloqueos del AVE, autopistas, carreteras y la sede de la Bolsa de Barcelona, hasta el a todas luces inadmisible y vergonzoso intento de asalto al mismo Parlamento de Cataluña, la máxima representación del autogobierno catalán, la única expresión democrática legítima del conjunto de la ciudadanía de Cataluña--, para verse él mismo criticado y desautorizado públicamente tanto por los CDR como por mandos y sindicatos de los Mossos d'Esquadra, estos últimos cada vez más críticos con el Gobierno de Torra, que consideran que no les atiende y les condiciona y limita en la imprescindible defensa de la seguridad ciudadana, tanto en el control de todo tipo de manifestaciones como en la represión de la delincuencia.

No es casual que uno de los términos más repetidos estos días en los medios de comunicación catalanes sea el de “colapso”. También es frecuente el uso de otra palabra, “caos”. Esta es la situación real en la irreal Cataluña de Torra. Su grotesco y patético ultimátum al presidente Pedro Sánchez, que obtuvo como respuesta inmediata una negativa tan educada como rotunda por parte de la portavoz del Gobierno Isabel Celaá, puso asimismo en evidencia el descontrol de la mayoría separatista, con una desautorización rápida y muy clara de ERC y unos extraños matices por parte incluso de parlamentarios del PDeCAT, lo que obligó a Torra a desdecirse, para corregirse de nuevo poco más tarde... Con el añadido, a modo y manera ya de traca final, de unas cartas enviadas nada más y nada menos que al papa Francisco y asimismo a Donald Trump, Vladimir Putin, Xi Jimping e incluso a los presidentes de Ucrania y Kosovo, solicitando su mediación ante el Gobierno de España. Curiosa y sobre todo muy sintomáticamente, ninguna de estas cartas se ha dirigido, como mínimo hasta ahora, a ninguna autoridad europea, a ningún jefe de Estado o presidente de un Gobierno europeo excepto los ya citados, a ninguna autoridad de la Unión Europea, tampoco a ninguna autoridad de las Naciones Unidas. Una vez más, parole, parole, parole...

El naufragio es evidente. Lo inició ya Artur Mas. Carles Puigdemont lo agravó. Quim Torra no solo no achica agua sino que está desarbolando y desmontando el barco. Lo dicho al principio: ni la Generalitat podía haber caído tan bajo ni Quim Torra podía haber llegado más arriba. Lo que no puedo entender es que tanta y tan buena gente no se percate todavía de todo ello. Que nadie ponga fin de una vez al disparate Quim Torra.