Ahora hace diez años explotó la mayor crisis económica de nuestra historia reciente. El mundo entero sufrió en sus carnes la detonación de una burbuja financiera en Estados Unidos. La expansión previa del crédito hipotecario con dudosas garantías, la oscura “paquetización” de esas deudas y la caída en paralelo del precio de los activos inmobiliarios fue un coctel molotov letal en un contexto económico asalvajado. Eran años de política monetaria ultra expansiva, de agencias de rating poco profesionales, deficiencias en el marco legal y regulatorio, demasiada ingeniería financiera sin ética y supervisores bancarios demasiado politizados. 

Recordaran ustedes como la caída de Lehman Brothers provocó una crisis sistémica sobre el sistema financiero mundial. De un día para otro, se cortó el grifo del dinero, muchas empresas dejaron de tener acceso al crédito, se propagó una mortífera falta de confianza y el sistema financiero colapsó. La fiesta se acabó de golpe y porrazo.

España tardó en reaccionar dos años más que los demás porque su presidente decía que esto era pasajero y estábamos en la “Champions League” de la economía. Los países que acertaron fueron aquellos que reaccionaron rápida y contundentemente ante el tsunami financiero que se avecinaba. Los países europeos tuvimos que dar un “volantazo” económico para hacer frente al incremento de los intereses de la deuda pública creciente, inyectar dinero sobre nuestras propias entidades financieras y también para pagar las prestaciones por desempleo que crecían exponencialmente. Esa espiral negativa sólo se podía abordar tomando decisiones políticas impopulares para hacer frente a lo que los economistas denominamos “desestabilizadores automáticos”.

Algunos gobernantes hicieron frente a su responsabilidad a sabiendas de que su popularidad caería en picado, otros se envolvieron en banderas populistas o nacionalistas para capitalizar el creciente descontento social o para eludir sus obligaciones. De hecho, el cambio político que ha vivido España en los últimos años y la propagación del virus separatista tiene mucho que ver con esas cuestiones. Mientras unos luchaban por contener a la famosa prima de riesgo, otros debilitaban nuestras instituciones para luego sentarse en sus poltronas.

Creo que hemos aprendido que una política monetaria muy laxa es perjudicial si se mantiene durante mucho tiempo, que el populismo político sólo entorpece, que en Europa debemos coordinarnos mejor, que no controlar nuestros niveles de deuda es realmente peligroso y que hay que supervisar a conciencia a los supervisores, a las administraciones públicas, a las entidades financieras y a las agencias de calificación crediticia. Conviene tener esto muy presente ya que no se puede descartar que volvamos a sufrir otro ictus financiero si no reducimos el nivel de deuda mundial existente…