La frase "hecha la ley, hecha la trampa" es de uso común y producto del descreimiento general en tantas cosas. Lo malo es cuando se convierte en un reflejo de contravenir las normas sibilinamente. Es el caso de cuando se muta en una forma de violentar las formas y reglas, haciendo que quienes deberían ser ejemplares, modelo de conducta y paradigma general sean quienes peor hacen las cosas. Sin ir más lejos, una buena muestra es el hecho de que algunas instituciones catalanas --mejor no rastrearlas todas-- retribuyan en concepto de dietas la asistencia incluso a reuniones virtuales en plena pandemia y crisis económica. Recuerda demasiado aquello de las bufandas de tiempos pretéritos. Es como si viviéramos de recuerdos y no nos acordásemos de nada. Se ha perdido el sentido de la honestidad política de lo que se hace o debería hacerse.

Tenemos un salario mínimo interprofesional de 950 euros a los que no todo el mundo llega y un índice de pobreza y riesgo de exclusión social en España que afecta al 26’1% de los ciudadanos, lo que equivale a casi la cuarta parte de los hogares o casi doce millones de personas, según el último informe de EAPN (European Anti-Poverty Network). En estas circunstancias, aunque siempre hay cosas que pueden pasar desapercibidas, ¿cómo es posible que en concepto de dietas se lleguen a abonar hasta 1.750 euros mensuales? Tanto da que sea en el Parlamento de Cataluña, la Diputación barcelonesa o el Área Metropolitana de Barcelona quienes disfruten de estos emolumentos.

No es tan importante el volumen de lo percibido --que lo es-- como un hecho que proyecta una sensación de impunidad, descaro y aprovechamiento de una situación de privilegio. Da igual lo que se haga después con lo percibido, si queda en la propia cuenta corriente o se destina a vaya usted a saber dónde: en el fondo, se están detrayendo recursos públicos que proceden del bolsillo de unos ciudadanos a los que no se ha preguntado dónde prefieren que vayan esas dietas o qué se destinen.

Lo más extraño de todo es que no ocurra nada especial, cuando podría ser comprensible que el personal se echara a las calles. Puede ser achacable a una situación de desconfianza, cansancio y angustia que se traduce en un bloqueo general cuando aún no hemos salido de la segunda oleada de la pandemia y el Gobierno ya nos advierte de los peligros de una tercera. En el fondo, porque está extendida la idea de que estas atípicas fiestas de Navidad pueden ser el preámbulo de un nuevo desastre. Por más que se establezca una limitación domiciliaria, será difícil obligar a que solo sean seis o diez comensales donde eran veinte otros años. Frenar hábitos de convivencia es harto difícil, salvo que prevalezca la delación vecinal. ¡Malos días se avecinan para las fuerzas de seguridad! Tenemos una lamentable experiencia de postguerra en cuanto a la delación. Una práctica que quiebra, un poco más si cabe, el vínculo social.

Sobre lo que es o debe ser la política, sobran expresiones: desde que es el "arte de lo posible", hasta que “hace extraños compañeros de viaje”. Nicolás Maquiavelo decía que es “el arte de engañar”; Groucho Marx opinaba que “es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar remedios equivocados”. Más recientemente, en el Congreso, el vicepresidente Pablo Iglesias afirmaba que “es el arte de lo que no se ve”, idea de alumno aventajado de Iván Redondo, jefe del Gabinete de La Moncloa, que hace unos años aseguraba que es “el arte de lo invisible”. En fin, demasiado arte para tanta actuación artera.

Si algo debemos reconocer al presidente del Gobierno o sus asesores, es la capacidad para proporcionar titulares. El otro día manifestaba en Sevilla que el próximo “será uno de los mejores años para el turismo en España”; al siguiente, en un acto del PSOE en Madrid, que “la vacuna es a la crisis sanitaria lo que los presupuestos a la lucha contra la crisis sociales y económicas”. Solo falta convencer a los tour operators para que incluyan España entre sus destinos de preferencia; y que tengamos la vacuna. Eso sí: si la política es el arte de la previsión, ya tenemos plan de vacunación para no sabemos cuándo. Esperemos que sea lo antes posible, por el bien de todos.

Mientras tanto, ya casi tenemos unos Presupuestos que configuran un panorama curioso: con María Jesús Montero, ministra de Hacienda, dispuesta a hacer de Cristóbal Montoro, su antecesor en el cargo. ¿Para qué? Pues para vivir prórroga a prórroga de las cuentas públicas toda una legislatura. Aunque todo se puede complicar una vez aprobados. Hay gentes biempensantes que incluso vaticinan que el PSC puede tener un excelente resultado electoral en las autonómicas catalanas que no sabemos con certeza cuando se celebrarán. Miquel Iceta manifestaba este fin de semana que es “una obligación democrática” expulsar a “el peor gobierno de Cataluña desde 1980”. ¡Bienvenido al club! Los mismos bienintencionados pueden asegurar que eso será así “si Sánchez hace campaña” en tierras catalanas. Se admiten apuestas. De momento, es dudoso que lo haga: ERC es su garantía de futuro en la legislatura; y para ERC, un lavado de cara participar de la gobernabilidad de Estado que quiere destruir. Aunque todo es posible: incluso un nuevo tripartito que todos niegan. Aunque… ya se sabe.