Pensamiento

Dientes

3 enero, 2015 11:34

Lo que la prensa perezosa del cliché y la frase precocinada ha dado en llamar el 'fenómeno Podemos' es una combinación extraña de milenarismo y posmodernidad. En su versión del Apocalipsis 'low-cost', Podemos proclama el fin de los tiempos, la destrucción de lo viejo y el triunfo final de lo nuevo, del bien y la justicia. Lo hace a lomos del odio subvencionado de las élites universitarias que lo han creado combinado de manera novedosa con una ideología vírica que muta de acuerdo con el paisaje y las expectativas de crecimiento, con unos medios de comunicación fascinados por la posibilidad de jugar a ser Dios y una sociedad enfurruñada, decidida a derrumbar de un manotazo el castillo de naipes que había tardado treinta años en construir.

Podemos proclama el fin de los tiempos a lomos del odio subvencionado de las élites universitarias

Podemos es un proyecto de deconstrucción, y como tal se alimenta de materiales de derribo y desecho, de préstamos. En lo ideológico, tomando las palabras de Hannah Arendt en su crítica de los movimientos estudiantiles de finales de los sesenta y la fascinación de estos por los métodos violentos, atracción compartida públicamente por los líderes de la nueva formación, podríamos decir que "sus argumentos teóricos normalmente no contienen nada excepto un batiburrillo de todo tipo de sobras marxistas". En lo formal, las deudas son, si cabe, más evidentes. El propio nombre de la formación es un plagio del "Yes, we can" de la primera campaña electoral para la presidencia de Obama, el slogan más célebre, exitoso e indefinido del presente siglo, cuyo éxito radica, precisamente en esa ausencia de significado, como una frase incompleta, terminada en puntos suspensivos para ser rematada por cada uno de nosotros con nuestras propias esperanzas, fantasías y frustraciones.

Ambos rasgos definitorios, los escombros del marxismo en lo conceptual y el pastiche formal, confluyeron de manera notoria no sólo en el discurso, sino en la escenografía del acto celebrado por Podemos en Barcelona el pasado 21 de diciembre. El lema de su campaña, 'Vuestro odio, nuestra sonrisa', en grandes letras blancas recortadas, ocupaba un lugar destacado, privilegiado en el escenario. Es una frase tremendamente interesante y reveladora. El partido la vende como el anuncio de una nueva era encarnada por ellos de convivencia, de regeneración de la vida política, en la que la sonrisa, la fraternidad, el buen rollete, sustituirán el odio irracional que parecemos albergar los incluidos en ese 'vosotros'. Dejando a un lado lo curioso que resulta que unos líderes que han defendido públicamente la violencia como método y armar a la población nos acusen de vivir dominados por el odio, la primera vez que leí la frase la asocié de manera inmediata y refleja a dos precedentes que nada tienen que ver con esa lectura a la que me costó llegar, supongo que cegado por mi naturaleza iracunda. La primera asociación, más frívola y superficial, me llevó a pensar que se trataba de un trasunto políticamente correcto de la celebérrima frase de Isabel Pantoja "Dientes, dientes, eso es lo que les jode". Al fin y al cabo, en ambos casos se trataba de una reacción a la defensiva ante un presunto acoso mediático. Por cierto, tiene también su gracia que Podemos se victimice y denuncie una campaña de acoso mediático.

Tiene su gracia que Podemos se victimice y denuncie una campaña de acoso mediático

La segunda asociación de ideas, menos jocosa, me trajo a la mente la imagen repetida durante décadas de los juicios de etarras acusados de los delitos más atroces y sus muestras de alegría y sonrisa permanente tras los vidrios de seguridad, y un artículo de Umberto Eco, "¿Por qué se ríen en esas celdas?", sobre los juicios a los miembros de las Brigadas Rojas donde éstos repetían el mismo ritual fanático de odio y desprecio de la sonrisa congelada. La explicación que encontraba el autor como respuesta a su espanto e indignación moral era que el cociente de violencia latente en toda sociedad encuentra en estos individuos una válvula de salida en la comisión de actos atroces con coartada ideológica que les permite sublimar esta violencia y dar significado a una vida insignificante. La sonrisa es su insulto final, la muestra pública de su superioridad moral y del desprecio a lo que el resto de la sociedad es. Las sonrisas de Podemos no reconfortan, ni comparten nada, dan escalofríos. Son la sonrisa del iluminado, del atrincherado en sus verdades reveladas y en su determinación a prueba de diálogo. Proyectan un panorama perturbador, nihilista, unas ciertas deformaciones del alma que es necesario alumbrar, analizar y denunciar.

Es imprescindible esta voluntad de comprender el "fenómeno" en sí mismo si queremos saber a qué nos enfrentamos y si queremos explicar que no somos lo mismo, que nosotros representamos la justicia retributiva, la solidaridad y el equilibrio frente a su hoja de ruta de ruptura, de empobrecimiento y de revancha. He echado de menos esa voluntad de comprensión y crítica en sí y por sí en muchas de las reflexiones publicadas sobre la cuestión. El planteamiento suele ser cortoplacista, utilitario, instrumental, una especie de "¿qué hay de lo mío?" político. Desde los que han celebrado su aparición por la contrariedad que pueda producir al nacionalismo, a los que hacen una lectura en clave interna con guiños a sus correspondientes parroquias políticas.

No es eso, no es eso. Aunque Podemos acabase con el impulso secesionista de hoy para mañana, aunque aumentara o disminuyera el peso de un determinado partido, beneficiase o perjudicase a unos u a otros, Podemos se nutre de elementos que deben ser combatidos por lo que son y por lo que representan. Su halago del resentimiento social, su indefinición populista, sus eslóganes de todo a cien a beneficio de un proyecto de carácter totalitario que pone en entredicho, sin disimulo, aspectos esenciales como la libertad individual, la legitimidad del sistema y las instituciones o la convivencia pacífica deben ser denunciados y combatidos por sí mismos, más allá de encuestas e intereses de los votantes. La batalla a la que nos enfrentamos no es una batalla estratégica o de espacios electorales, es un enfrentamiento de dimensión moral y no podemos llevarlo a cabo sin los instrumentos adecuados.