Es un misterio saber lo que pretende la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. El principio de la política señala que cada político debe aspirar a lo máximo: en este caso, ser presidenta de España. Pero el primer paso es superar a Pablo Casado en el PP. El domingo pasado, en la plaza Colón, Díaz Ayuso dijo una tontería, al afirmar que el rey Felipe VI tendría que firmar, probablemente la próxima semana, lo que no quiere la mayoría de los españoles: los indultos, por los que, dentro de dos años, es probable que le cueste la presidencia del Gobierno a Pedro Sánchez perdiendo las elecciones. En ese caso, los exdirigentes socialistas le correrán a gorrazos.

El rey cumple la Constitución. Lo hizo el 3 de octubre de 2017 con su discurso escrito por el Gobierno del PP de Mariano Rajoy y lo hará con los indultos que firmará la próxima semana o cuando toque. El rey es el símbolo de nuestra monarquía parlamentaria. Desconozco su opinión, pero con la ley en la mano deberá hacer lo que le corresponde. Esa es la explicación del título de este artículo.

Todo el mundo es consciente de que los indultos no pararán a los separatistas, porque quieren lo que no tendrán: la amnistía y el derecho a la autodeterminación, como si Cataluña fuera lo que no es: una colonia de España.

Los exconvergentes se comportan como los adolescentes de la CUP. La semana pasada escribí que me dolía España, pero me olvidé de decir que, desde hace diez años, también me duele Cataluña. Ayer se cumplieron 44 años desde las primeras elecciones democráticas. En ese momento, yo tenía 19 años y no pude votar, porque, entonces, la mayoría de edad estaba fijada en los 21 años. Recuerdo la madrugada del 15 de junio de 1977.

Pasé en vela la noche en el parque de la Ciutadella de Barcelona, donde hoy está el Parlament, y a las ocho de la mañana entré con sueño en el Banco Condal de Granollers, donde hacía tres meses que trabajaba. Aquellas primeras elecciones las ganó Adolfo Suárez, en contra de mis deseos. Desde 1977 en España hay democracia, aunque ahora los independentistas lo nieguen, obcecados en su sinrazón.

No es el fruto del bochorno del verano adelantado de este junio la razón por la que ahora diría que no votaría a nadie. Y es que nadie me gusta. Ni el fantasma de Pedro Sánchez, ni Pablo Casado, radicalizado por la larga sombra de Vox, ni ese nuevo partido nacionalista español de Santiago Abascal, que ha nacido gracias a los separatistas.

Yo no me siento nacionalista. Me siento español y catalán, como una moneda sin cruz, porque amo a Cataluña, que es la tierra donde nací. Y estoy seguro que duele a todos los españoles, a todos los que amamos a nuestra nación.

Como decía el titular, no sé de qué va Díaz Ayuso, pero sé que está equivocada.