Tarde o temprano las togas negras dejarán de dar más vueltas que un derviche sufí. Tanto giro sobre un mismo punto acaba por provocar vértigo y confusión visual. Quizás por ello habrá que aguardar a que los doctos danzarines del Tribunal Constitucional recuperen el equilibrio y la mirada serena. Si a las togas se las quiere usar como símbolo de sobriedad y respeto es necesario que se ubiquen bajo la bendición de la diosa Temis. De no ser así, las balanzas quedarán sin fiel y la justicia será un capricho en manos de cuatro instalados. Pero mientras eso no ocurra, nada nos impide analizar y estudiar el papel de algunos actores políticos que creíamos, quizás erróneamente, caminantes por la senda de la sensatez.

Cuando Oriol Junqueras, con la que está cayendo, afirma que “organizar un referéndum no está en el Código Penal y, por lo tanto, no es delito”, uno llega a la conclusión de que este político es un insensato. También que tiene celos del actual president de la Generalitat. Siendo benevolentes podríamos pensar que ese tipo de declaraciones extemporáneas son fruto del marcaje patriótico de Junts y la CUP. Pero no, amigos. La cosa ya no cuela y poco a poco vamos perdiendo la inocencia. ERC no sabe gestionar la ambigüedad como lo hacía con maestría Jordi Pujol y el supuesto gradualismo de Esquerra huele a postizo a la espera de las condiciones objetivas (Marx/Engels en versión nostrada para pequeño burgueses).

Pere Aragonès ha intentado resucitar enfáticamente, ante los micrófonos de la cadena SER, la consigna de la autodeterminación. Haciéndose el ofendido ha reiterado que su partido no renunciará jamás al ideario independentista. El republicano no cae en la cuenta de que, aunque Pedro Sánchez airee que el procés está acabado, nadie le ha pedido que renuncie a sus ideas. Es probable que las bases republicanas estén reclamando a sus dirigentes bebidas energizantes para aguantar el asedio de los de Carles Puigdemont. Los datos de algunas encuestas y sondeos reflejan un descenso claro, entre los catalanes, de la opción separatista y ese panorama inquieta a la cúpula de ERC. Acorralados y débiles en el Parlament, no se les ha ocurrido otra cosa que la huida verbal hacia adelante aireando su programa máximo como vacuna preventiva. Y lo han hecho, marca de la casa, sin el don de la oportunidad, en medio de una refriega política e institucional de gran calado. No resisten la presión, no son de fiar.

Creo que, más allá de lo que ocurra con el tema de Tribunal Constitucional, conviene  tener claro cuál es, y ha sido tradicionalmente, el modus operandi político de Esquerra. El veterano periodista Rafael Jorba no hace demasiado tiempo publicó un excelente artículo titulado La subasta permanente. En él nos contaba que cada vez que el Gobierno de Pedro Sánchez cedía ante las pretensiones de los de Aragonès, la otra parte contratante subía un escalón más en sus exigencias. Creo que ha llegado el momento, sin abandonar el diálogo, de poner fin a la subasta permanente que menciona Jorba. Dialogar y pactar es tan correcto y loable como atenerse a las reglas del juego o poner topes a lo que es imposible. Los sectores más lúcidos del cosmos secesionista catalán saben que el procés está finiquitado, solo los nostálgicos más pacatos siguen creyendo en él, solo los insensatos se niegan a aceptar la realidad. Si los irredentos desean seguir rizando el rizo, que nos hablen del posprocés pero, por favor, no de los difuntos ni de los ausentes.

Y todo ello a la espera de que nuestros grandes togados dejen de girar sobre sí mismos y recuperen el temperamento imperturbable, a veces ascético, de los auténticos derviches.